Si un niño dice "me gusta" una vez y lo vuelve a repetir poco después. Si lo dice también, en otro momento, la niña que está sentada a su lado. Y la niña que está junto a la primera niña. Y un chavalillo que está sentado detrás. Y otro. Y otro. Si todos coinciden. Si todos los niños lo dicen, debe de ser que es verdad: les ha gustado. Podríamos decir incluso que les ha gustado mucho. Pues esto es lo que ha pasado en el centro cívico El Coll durante los 45 minutos de representación de Somnis de sorra, de Borja Ytuquepintas: se han sucedido los "ohhhh" y los "ahhh" y, en más de una ocasión, se ha escuchado también un "No, por favor, no lo borres".

Y es que lo que hace Borja Ytuquepintas es dibujar. Dibujar sueños. Y dibujarlos con arena. La técnica es simple, que no quiere decir que sea sencilla. Él, situado en uno de los laterales del escenario, va dibujando con sus manos y con arena sobre un vidrio. Coge puñados y los deja caer formando figuras que después acaba de definir con los dedos. Y debajo de este vidrio hay una luz y una cámara. Así que todo l oque va pasando, como crecen los dibujos, como los hace y los deshace, se graba y se proyecta en una gran pantalla que preside el escenario. Lo que decíamos: simple, aunque no sea sencillo. Simple pero, visto desde la butaca, parece magia. Pura magia. Porque aparece y desaparece un árbol y un niño y un columpio; y un muchacho, que viaja y ve mundo, que se pasea alrededor de la Torre Eiffel y que declara su amor a una muchacha con la Sagrada Familia de telón de fondo; y un abuelo y una abuela que cogidos de la mano hacen camino. O sea, aparece y desaparece, se dibuja y se desdibuja, toda una vida, con sus sueños. Sueños que aunque estén hechos de arena siempre pensaremos que están repletos de magia.