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CRÓNICA Les Impuxibles tocan el cielo

03/06/2017
Teatro
Danza
Música
La compañía de Ariadna y Clara Peya triunfa con su 'Limbo' en el Auditori de Sant Martí

Todo apuntaba a que sería un éxito. Uno de los grandes. De los que se recuerdan. Y así fue: larga ovación, público en pie y cola (al acabar la representación) para hacerse fotos con las artistas, con Les Impuxibles, que acababan de inaugurar el Barcelona Districte Cultural en el Auditorio de Santo Martí.

Eran las siete y media, media hora antes de que el Auditori abriera sus puertas, y ya había gente esperando. Público diverso: adolescentes y jóvenes, sí, bastantes; pero también gente mayor, que quería descubrir ese Limbo al que los querían llevar. Y si media hora antes ya había espectadores ansiosos, la cola fue creciendo como una serpiente que se retorcía sobre sí misma y así siguió, acomodándose a las dimensiones de la acera, hasta que el reloj dio las ocho... Y cuando abrieron puertas, la sala se empezó a llenar y a llenar, hasta que ya no cabía nadie más.

Cuando las cuatro Impuxibles aparecieron sobre el escenario se acallaron los murmullos. Y, despacio, sin querer, casi sin saber cómo, los espectadores fueron adentránsose en su mundo y compartieron con ellas unas salas vacías de aeropuerto y aquellos lavabos en los que Albert había decidido esconderse para poner en orden su cabeza, para acompasarla con su cuerpo, para decidir si quería ser Albert o volver a ser Berta, aquella niña a quien, cuando de pequeña, le decían '¡qué bonita!', tan sólo quería ser bonito.

El espectáculo de Les Impuxibles, sincero, honesto, generoso con el público, juega con la danza, el teatro y la música para ofrecer a cada una de las cuatro intérpretes su momento de gloria sobre el escenario: lo tiene Mariona Castillo, la actriz que es Albert o Berta, Berta o Albert, Al -Berta; también Tatiana Monells, con un solo de danza; y evidentemente las dos creadoras de este Limbo, Ariadna Peya, que protagoniza un solo coreográfico genial, y Clara Peya, que con su piano transporta la platea hasta muchos mundos posibles.

Y así pasaron los 75 minutos de Limbo,  sin que nadie se diera  cuenta. Y cuando el espectáculo acabó, la platea se puso en pie, decidida, y aplaudió con ganas. Fue una ovación tan sincera como lo había sido el espectáculo.

Lo que habíamos dicho: una noche de estreno de las que se recuerdan.

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