Judith Juanhuix: "La aventura de la ciencia debería estar en los resultados, no en el papeleo"

07/02/2024 - 19:29 h - Ciencia Ajuntament de Barcelona

Entrevista de Toni Pou para Barcelona Ciencia y Universidades y Núvol.

Judith Juanhuix trabaja desde 2004 en la instalación científica Sincrotrón ALBA, una de las más fascinantes del país. Actualmente es jefa de la Sección de Ciencias de la Vida y la Materia Condensada. Doctorada en biofísica en la Universidad Autónoma de Barcelona. Aprovechamos para hablar con ella sobre el proyecto y su trayectoria.

¿Cómo te interesaste por la ciencia?

Básicamente, me interesó porque daba certezas y en mi mundo nada era cierto. No acababa de encontrar mi sitio y todo tenía una cierta pátina de irrealidad. Y, concretamente, la física me daba un anclaje a la realidad. Me atraía mucho que las leyes que gobernaban el Universo fueran las mismas que las que gobernaban mi entorno. Y a partir de ahí, me fui interesando por la complejidad de todos los fenómenos físicos.

Y en algún momento pasaste de la física a la biología.

Curiosamente, cuando encontré un poco más mi sitio en el mundo, me dejaron de interesar tanto estas cosas tan absolutas y empecé a interesarme por las ciencias de la vida. Entonces descubrí que también existía una universalidad en la vida. Los mismos principios bioquímicos que ordenan una bacteria podían aplicarse a los seres superiores. Y a partir de ahí, al tener facilidad para conceptualizar experimentos, tiré hacia la instrumentación científica.

¿Cómo es la carrera científica?

Muy incierta. No tienes una estabilización hasta después de mucho tiempo y, además, como tienes una especialización muy grande, no es lo que puedas cambiar de empresa e irte a la de al lado, sino que el laboratorio que te puede ir bien quizá esté en Berlín. Realmente, si no tienes una capacidad de sacrificio importante y una vocación muy grande, la ciencia resulta difícil. Y es muy triste. No debería haber esa barrera tan grande para desarrollar una carrera científica.

¿La barrera es la misma ahora que hace veinte años?

La situación no ha cambiado demasiado. Con la Ley de la ciencia se está intentando que la carrera científica no sea tan complicada. Por fin las becas cotizan en la Seguridad Social y también se han eliminado los contratos de obra y servicio encadenados, pero todavía nos hace falta estabilización. Yo diría que hay conciencia de que la situación debe mejorar, pero todavía están por ver los resultados.

¿Cómo valoras la Ley de la ciencia?

Le falta desarrollo, pero la valoro positivamente. Es la primera ley de la ciencia que tiene un carácter social. Las políticas de igualdad están ahí y están bien. Es una pena que no se hayan incluido políticas en relación a la diversidad LGTBI+. Lo que se ha hecho con el eje del género, se pudo hacer en otros ejes. También se ha hecho algún avance para evitar que haya tanta endogamia. Por otra parte, la ley también establece un límite mínimo de presupuesto, pero es muy bajo. Si fuéramos realmente ambiciosos, ese mínimo debería ser mucho más alto para equipararnos con otros países.

¿Cómo explicarías qué es un sincrotrón y para qué sirve?

Una instalación de luz de sincrotrón es, esencialmente, un gran microscopio. Generamos rayos X de mucha calidad para realizar experimentos con muestras que puedan ser vistas con rayos X, es decir… ¡todo!

¿Hasta?

Todo lo que puedas imaginar se puede estudiar con rayos X, porque tienen una oscilación de la luz, una longitud de onda, que es comparable a la distancia que existe entre átomos vecinos. Esto hace que los rayos X sean sensibles a la estructura atómica. Y, cómo no, todo tiene átomos. Desde un fármaco hasta un semiconductor, batería o polímero.

¿Cómo se generan estos rayos X?

Los emite un gran acelerador de partículas (de hecho, electrones). Y como los rayos X interactúan de diferentes formas con la materia, los adaptamos según la necesidad del experimento en estaciones que llamamos líneas de luz. Ahora mismo tenemos once operativas y estamos construyendo otras tres, una de las cuales es la que llevo yo.

El sincrotrón ALBA se basa en un anillo de 268 metros de circunferencia por el que circulan los electrones. El colisionador LHC de Ginebra hace circular protones en un anillo de 28 kilómetros y, aunque tiene un principio de funcionamiento diferente, también puede considerarse un microscopio. Siempre me ha parecido curioso que para ver las cosas más pequeñas se necesiten aparatos tan grandes.

Como decía Feynman en referencia al mundo microscópico, hay mucho espacio ahí dentro. Las cosas pequeñas son muy difíciles de controlar y, por tanto, se necesitan un montón de sistemas que ocupan mucho espacio. Ahora bien, el LHC en realidad es un «antisincrotrón».

¿Por qué?

Es un acelerador con dos haces de protones que circulan en sentidos opuestos y que se hacen colisionar para reproducir las condiciones iniciales del Universo. Allí la protagonista es la colisión. A nosotros, en cambio, nos interesa que las partículas den vueltas sin chocar a un 99,999998 por ciento de la velocidad de la luz. Y cuando les curvamos la trayectoria con campos magnéticos, van emitiendo los rayos X que utilizamos. Al LHC, en cambio, no les interesa que las partículas emitan rayos X porque pierden energía. Por eso es tan grande: con una curvatura pequeña se emiten menos.

Si en el Sincrotrón ALBA se pueden analizar muestras de muchos tipos, la investigación que se realiza debe abarcar ámbitos muy diferentes.

Nosotros la dividimos en tres secciones: Ciencias de la Vida, Ciencia de Materiales y Estructura Electrónica y Magnetismo. Podemos estudiar cómo se unen dos proteínas, cómo se unen con el ADN o cómo se une un fármaco a su diana y, a partir de ello, hacerlo más específico para que realmente se una en este punto y no en otros. Por ejemplo, hemos visto los viriones de cóvido dentro de las células enteras cuando se infectaban. También podemos ver cómo se degrada un electrodo de una batería para realizar baterías más eficientes.

¿La investigación en baterías la entiende como estratégica?

Sí. De hecho, aquí estamos acabando de crear un laboratorio especializado en materiales de batería, donde estudiamos los ciclos de carga y descarga y cómo se comportan electrodos realizados con diferentes materiales. La idea es realizar baterías que con menos peso almacenen más energía, que tengan más ciclos de carga y que no sean tóxicas ni requieran tierras raras. ¡Pero es que, como decía, podemos estudiar cualquier cosa! Incluso colaboro con un grupo de investigación que ha estudiado dientes de niños íberos de hace 2.500 años.

¿Qué se puede descubrir a partir de estos dientes?

Se puede saber, por ejemplo, cómo se alimentaban e inferir sus condiciones de vida y cómo murieron. ¡En el ALBA también hacemos arqueología!

¿Qué más habéis estudiado con profesionales de la arqueología?

Los frescos de Sant Climent de Taüll. ¡Y momias egipcias!

¡Momias!

La idea era identificar a los componentes de la piel de las momias para estudiar el proceso de degradación.

Hay algo de las líneas de luz por las que circulan los rayos X para hacer todos estos experimentos que es muy sorprendente: en toda esta retahíla de aparatos y sistemas de tecnología punta hay muchos componentes recubiertos con un simple papel de aluminio como el de la cocina de casa.

Dado que los rayos X interaccionan con el aire, debemos hacer el vacío y quitar el aire para tener los rayos X más puros posibles. Para ello calentamos las cámaras. Pero como son rígidas, si se dilatan más de un sitio que de otro se pueden romper. Por tanto, debemos uniformizar la temperatura y esto lo hacemos con papel de aluminio, como si hiciéramos una  papillote.

El Sincrotrón ALBA es una instalación consolidada a nivel internacional. ¿Cómo se plantea su futuro?

Estamos trabajando en un programa de mejora hacia una instalación que se llamará ALBA-II. Cambiaremos el sistema de aceleradores y mejoraremos las líneas de luz y haremos nuevas, lo que nos permitirá realizar experimentos aún más punteros y con mayor resolución.

Decías que hizo investigación sobre la covid. ¿Se deberían investigar virus de riesgo permanentemente y con mayor intensidad?

Sí. En ALBA queremos desarrollar las herramientas para conseguir que Cataluña y el Estado tengan más bioresiliencia.

Bioresiliencia?

Sí: necesitamos estar preparados para la próxima pandemia. Como sociedad necesitamos tener los instrumentos adecuados para reaccionar cuando venga la próxima emergencia.

¿Qué vendrá es indiscutible, verdad? ¿La cuestión es cuándo?

Sí, y no sabemos cuándo, pero puede no ser otra cóvid. También podría ser una pandemia que destruya el trigo, por ejemplo. Esto también sería un problema mundial. Para responder a estas emergencias, que pueden ser de salud humana o animal, climáticas, por contaminación o alimentarias, necesitamos herramientas avanzadas en un entorno de bioseguridad que nos permita una rápida reacción. Debemos poder explorar células infectadas, por ejemplo, con rayos X, pero también con otras herramientas, todas ellas integradas.

¿Hablas de crear un nuevo centro de investigación dedicado a la preparación para futuras pandemias?

Sí. Necesitamos un centro interdisciplinario para reaccionar cuando exista la siguiente emergencia y poder parar el golpe lo mejor posible. Esto cuesta dinero, pero la alternativa aún cuesta más. Ahora mismo estamos en conversaciones con diferentes institutos para crear un nuevo centro con cierto nivel de bioseguridad y que nos permita alcanzar esta preparación. Esto son planes de futuro que tenemos dentro de este gran proyecto ALBA-II.

¿Hay más planes de futuro?

Hay otro muy claro: la fabricación de chips. Es un sector estratégico y su producción está controlada por países que quizás no son suficientemente estables desde el punto de vista geopolítico. Hace poco Pedro Sánchez y Pere Aragonès anunciaron la creación de Innofab, una planta de producción de chips aquí, junto al ALBA.

Antes de trabajar en el Sincrotrón ALBA estuviste en el European Synchrotron Radiation Facility (ESRF) de Grenoble. ¿Con qué diferencias te has encontrado?

Hay diferencias sobre todo en lo que se refiere al reconocimiento y a la idea de que la ciencia necesita tiempo y estabilidad. No se pueden pedir unos resultados dentro de dos días. La ciencia no es periodismo ni política. Es una actividad compleja, pero necesaria para mejorar la sociedad y, por tanto, debe tenerse claro que las políticas deben ser a largo plazo. En ALBA hemos tenido la suerte de tener un plan de veinte años, algo que se ha notado en la productividad de la instalación, pero, desgraciadamente, no lo tienen todos los centros de investigación. Los cambios legislativos en las políticas educativas y científicas no ayudan en nada. Y después hay otra gran diferencia: allí se reconoce que la ciencia, sobre todo, la hacen los jóvenes.

¿Aquí no se reconoce?

Yo creo que no tanto. Evidentemente, la ciencia es de todos, pero quien pone los cuernos, quien pone realmente las horas son los doctorandos o las personas que están haciendo un postdoctorado. Creo que se debe promocionar mucho este talento joven, que cada vez está más y que hace la mayor parte de la ciencia.

¿Cómo debería reconocerse ese talento joven?

Una vez reconocida la excelencia con programas como ICREA, hace falta un programa más extensivo y serio de mentoría. Un programa nacional de becas doctorales y proyectos que salgan regularmente también ayudaría mucho a la planificación de las personas. La gente que hace postdoctorados está justo en medio de la vida, decidiendo si comienzan una familia o no. Y aquí hay un punto negro que perjudica especialmente a las mujeres, porque sistemáticamente tienen más carga familiar y más presión social para formar una familia. Todo esto hace que después de la tesis o el primer posdoctorado, la tasa de abandono de la carrera científica sea muy alta, sobre todo en las mujeres. Esta imprevisibilidad no debería estar. La aventura de la ciencia debería estar en los resultados, no en el papeleo. O sea, la sorpresa debería estar en los descubrimientos científicos, no en el descubrimiento de si ha salido el BOE o el Plan Nacional correspondiente.

¿Qué es lo que más te gusta de tu trabajo?

Lo que más me gusta -y más me estresa- es la variedad y la imprevisibilidad. El mismo día puedo estar preocupándome por un conector…

O poniendo un papel de aluminio…

O poniendo un papel de aluminio y al mismo tiempo preparando un proyecto de mucho alcance. También me gusta mucho trabajar con científicos que se interesan por las técnicas que utilizamos y ver cómo podemos compaginar sus necesidades con nuestras posibilidades. Y a la vez, hablar con gente muy distinta. En nuestro equipo hay químicos, biólogos, físicos, ingenieros mecánicos, ingenieros eléctricos, ingenieros civiles, ingenieras, técnicos… Tenemos de todo y eso me encanta. Me encanta la diversidad.

¿Qué le dirías a una niña o a una chica joven que le interesa la ciencia y que piensa que podría dedicarse a ella?

De entrada, es muy importante que tenga una visión de sí misma. Es muy importante que se imagine, que piense si realmente esto es lo que quiere. Luego, que no vaya sola. Que vaya acompañada de quien pueda encontrar, de quien pueda fiarse. Y, finalmente, que la ciencia es una actividad social y, por tanto, que ella también entra. Si es parte de la sociedad, entra. Yo, que no tengo un perfil corriente, también entro. Y como la ciencia es social, las redes que pueda realizar son importantes. Que vaya a hablar con profesoras, investigadores y demás. Conocer todo lo que rodea a la ciencia es tan importante como saber de ciencia.

Me han dicho que te gusta mucho Bach.

Me encanta.

¿Por qué?

Porque me ordena. Bach me ordena el Universo.

O sea que Bach hace lo mismo que hacía la física cuando te sentiste atraída por la ciencia…

Mira, te diré una cosa: cuando estuve montando esa línea de luz, en 2011, 2012 y 2013, cada día me ponía Bach cuando venía hacia aquí. Desde las «Variaciones Goldberg» hasta los conciertos para clavicémbalo. Ya entraba ordenada. Curiosamente, a la vuelta me era imposible. No podía escucharle. La entropía era máxima, ya estaba todo hecho una mierda [ríe].

¿Tienes alguna pieza favorita?

El concierto BWV 1060, pero no para violín y oboe, sino para dos clavicémbalos. Y a partir de ahí me he ido a Rakhmáninov. Es curioso, pero todo el mundo que ha escuchado mucho a Bach, al final acaba en Rakhmáninov. Y, mira, yo también.

¿También te ordena el Universo?

Es el último romántico, y eso es algo… [se muerde el labio y mira hacia arriba].