Flama del Canigó

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La Flama del Canigó es un ritual cada vez más arraigado y popular. Se mezcla con la celebración de San Juan para evocar la identidad común de las tierras de habla catalana.

El fuego de la Flama del Canigó no se apaga nunca: durante todo el año se queda en el Castellet de Perpiñán hasta que, el 22 de junio, se lleva hasta la cima del Canigó. A la medianoche en punto, el fuego de la Flama se distribuye entre los presentes. Acto seguido empieza el recorrido, en el que se va expandiendo y desdoblando para encender las hogueras de San Juan de centenares de poblaciones.

La Flama del Canigó se va diseminando a pie, en coche, en bicicleta, en barca, a caballo o con cualquier medio de transporte posible, y llega a todos los rincones gracias a una gran diversidad de colectivos y entidades. Cada pueblo, villa o ciudad organiza el recibimiento de la Flama a su manera: con música, diablos, danza... Sin embargo, el ritual es compartido: en todas partes, cuando la Flama ya ha llegado a su destino, antes de encender las hogueras, se lee un mensaje común para recordar el significado de la iniciativa.

Toda esta movilización requiere una gran tarea de coordinación de las rutas de la Flama; de trámites y gestiones para obtener permisos y autorizaciones; y de comunicación, para hacer más visible y contribuir a la extensión del movimiento. Todo este trabajo, claro está, empieza muchos meses antes de San Juan. Desde hace unos cuantos años, este papel vertebrador lo ha asumido la entidad Òmnium Cultural, que se encarga de organizar y dinamizar las actividades en torno a la Flama promovidas por centenares de personas, instituciones y entidades.

Este ritual empezó en 1955 por iniciativa de Francesc Pujades, un vecino de Arles de Tec. Inspirado por el poema Canigó, de Jacint Verdaguer, tuvo la idea de encender los fuegos de San Juan en la cima de la montaña y repartió la llama por todas partes. La costumbre se extendió rápidamente, y en 1966 el fuego pasó la aduana por primera vez y llegó a Vic. Pese a la dictadura franquista, la tradición se fue extendiendo por todos los territorios de habla catalana como símbolo de pervivencia de la cultura del país.