Reconocer e integrar la diversidad familiar

Ilustración ©Mariona Cabassa

Las denominadas nuevas familias no lo son: han existido siempre. Los acuerdos familiares flexibles y las dinámicas de convivencia que dan forma a familias diversas han acompañado a la historia de la humanidad, pero a menudo de manera soslayada o estigmatizada. Ahora, son visibles, aceptadas y reconocidas, hecho que otorga derechos a sus integrantes.

Muchos artículos de prensa hablan con frecuencia de nuevas familias. Pero, ¿qué es una nueva familia? ¿Existe realmente una organización social a la que podamos denominar así? ¿Son verdaderamente nuevas, esas formas familiares?

La Organización de las Naciones Unidas (ONU) sigue afirmando que la familia constituye la unidad básica de la sociedad. Sin embargo, el concepto se ha transformado en las últimas décadas de acuerdo con las tendencias mundiales y los cambios demográficos. La Organización Mundial de la Salud (OMS) define la familia como un conjunto de personas que conviven bajo el mismo techo, organizadas en roles fijos (padre, madre, hermanos…). Otras definiciones la caracterizan como un grupo de personas que se vinculan por alguna forma de parentesco, que cooperan económicamente y que se reproducen. Cada cultura y cada sociedad tienen su concepto de familia. Quienes son familia en algún lugar no lo son en otro, y a la inversa.

En 1947, el diccionario de Cambridge acuñó por primera vez el término familia nuclear, y lo definió como el conjunto integrado por una madre, un padre, hijos e hijas, pero no por tíos, primos o abuelos. Esta organización familiar, considerada —y valorada— como un modelo que promovía la independencia y la madurez, económica y emocional, de las nuevas generaciones, reemplazó progresivamente a la familia extensa basada en la convivencia y las solidaridades —también las tensiones— intra e intergeneracionales.

Desde mediados del siglo xx, la familia ideal fue proyectada y representada con la imagen de la familia nuclear, integrada por un padre, una madre y sus descendientes. Una organización familiar ampliamente exportada, adoptada por sociedades y culturas no occidentales y predominante en el mundo occidental.

La familia nuclear como proyecto

En la segunda mitad del siglo xx, el modelo de familia nuclear se convirtió en un proyecto al que se debían destinar los esfuerzos económicos y emocionales. Se extendía cada vez más la idea de que los hijos e hijas necesitan de una atención parental individualizada e intensiva. Una crianza ideal difícil de proporcionar a una descendencia numerosa. Por este motivo, la familia se fue reduciendo en muchos contextos y fue idealmente imaginada con dos descendientes de distinto género: la “parejita”, a menudo deseada por y para muchas parejas que iniciaban un proyecto en común.

Este modelo familiar fue acompañado, entre otros cambios sociales, por la difusión de la píldora anticonceptiva, resultante de la sintetización, en los años treinta, de la progesterona a partir de las raíces de una planta silvestre, que permitió producir de forma económica una sustancia química capaz de incidir en la ovulación y la fecundación. La incorporación creciente de las mujeres al mercado laboral en los años cuarenta, en reemplazo de los hombres ausentes por las diversas guerras de la primera mitad del siglo xx, fue acompañada por una mayor tolerancia hacia la anticoncepción. La píldora fue aprobada en 1957 por la Food and Drug Administration (FDA) como fármaco regulador de la menstruación y, en 1960, se empezó a usar como anticonceptivo oral. Es la primera vez que personas —mujeres— sanas tomarán un medicamento durante la mayor parte de su vida fértil [1].

La píldora permitió regular la reproducción de forma eficaz y menos perjudicial para la salud física y psicológica de las mujeres, y facilitó su incorporación al mercado laboral, requerida por la crisis económica de las primeras décadas del siglo xx; también impulsó un cambio sustancial en la vida afectiva, reproductiva y familiar. Inauguró un largo camino de separación de la sexualidad y la reproducción. Paralelamente, el acceso a nuevas libertades y derechos, así como también a nuevas precariedades, dio lugar a diversas organizaciones y arreglos familiares no exclusivamente basados en el parentesco biogenético o adoptivo, que había caracterizado a las familias de los siglos precedentes.

Las nuevas formas familiares no son nuevas

La mayoría de las usualmente denominadas nuevas formas familiares o convivenciales no lo son. Se han tornado más visibles —y aceptadas— porque han accedido o están accediendo al derecho a ser consideradas como familias.

Las familias producto de relaciones entre personas divorciadas o viudas con hijos e hijas no son nuevas en la historia de la humanidad. Sí lo son en cuanto a derechos desde que, en el caso de España, se despenalizó el divorcio, en 1981, tres años después de despenalizarse la anticoncepción, en 1978. Estos cambios legislativos simultáneos reconocieron, por un lado, que las mujeres podían decidir cuándo y con qué frecuencia reproducirse, y también que podían decidir no hacerlo[2]. Personas sin descendencia siempre las hubo, como dan cuenta distintas figuras históricas y distintas formas convivenciales child-free. Pero estas eran diversidades soslayadas o estigmatizadas. 

Ilustración ©Mariona Cabassa Ilustración ©Mariona Cabassa

Por otro lado, con esos cambios legislativos simultáneos se reconoció la posibilidad de que las familias “para toda la vida” —vida cada vez más larga, por otra parte— no lo fueran, y que sus integrantes pudieran “(re)constituir” una familia a través de la aceptación de otros vínculos, además de los biogenéticos o de sangre. Vínculos que, aunque siempre existieron, como muestra la presencia en la literatura infantil de la figura de la madrastra, se percibían como de segundo orden en términos familiares, y, por lo tanto, se ocultaban.

El reconocimiento de la diversidad de vínculos con capacidad de constituir familias se incrementó a partir de los años noventa en España, país que, desde entonces, ha estado a menudo a la cabeza de Europa y del mundo en el índice más bajo de natalidad y en el más alto en la edad de la primera maternidad, pasando del baby boom a la [3]infertilidad estructural. Es decir, que desde los años noventa se tienen menos hijos e hijas, más tarde y a través de diversas maneras.

También las familias adoptivas han existido siempre en España, y fueron legalmente equiparadas con las familias unidas por vínculos biogenéticos hace muchos años. Sin embargo, ha sido en las últimas décadas cuando la constitución o ampliación de la familia a través de la adopción ha dejado de ser un tabú y un secreto personal, familiar y social. Un suceso al que contribuyó el auge de la adopción internacional[4].

Otras formas de reproducción

Un camino similar de visibilidad e inclusión están recorriendo las familias constituidas o ampliadas por reproducción médicamente asistida, un método a través del cual actualmente nace uno de cada diez niños o niñas en España. En 1984, nació la primera niña por fecundación in vitro [5], en Barcelona, seis años después de la primera en el mundo (en 1978, en Londres). En 1988, se promulgó la primera ley de reproducción asistida en España, accesible para cualquier persona mayor de edad. Actualmente, toda persona con una edad de hasta alrededor de los 40 años y sin descendencia, independientemente de su estado civil u opción sexual, puede recurrir a la sanidad pública para tener un hijo o hija y, más allá de los 40, si se lo puede permitir, a la sanidad privada.

Quienes recurren a la reproducción asistida pueden usar material genético propio o provisto de forma anónima por una tercera persona. Esto comienza a visibilizarse lentamente por la decisión de muchas familias de comunicarlo a su descendencia, [6] y por las demandas crecientes de visibilidad por parte de esa descendencia. A pesar de que la gestación por substitución no está regulada en España, parejas heterosexuales con imposibilidad de procrear y hombres homosexuales han tenido descendencia en lugares donde este procedimiento es legal.

La reproducción con intervención de terceras personas tampoco es nueva. García Lorca ya la sugirió en Yerma. También la han mostrado las trayectorias familiares de muchos hijos e hijas con padres que no formaron parte de su vida cotidiana y mantuvieron su anonimato. La constitución de familias con la participación de terceras personas ha existido siempre, pero algunas formas solo se han visibilizado recientemente.

Otras formas de convivencia

También en términos de arreglos convivenciales, muchas de las “nuevas” familias tienen un largo recorrido. Por ejemplo, mujeres que tenían hijos o hijas con hombres que mantenían otras relaciones familiares formalizadas y que no convivían con ellos. A menudo, quienes por distintas circunstancias no tenían descendencia recurrían a vivir con su padre y madre o con otros familiares o amistades. En la actualidad, a veces quienes deciden no tener hijos o tenerlos en solitario, en pareja o con quien no comparten vínculo amoroso, sino solo proyecto parental, también recurren a formas convivenciales diversas, como la vida en comunidad, las triejas, el living apart together o el coparenting. Tampoco las familias en que sus integrantes adultos no conviven cotidianamente por razones diversas son nuevas formas familiares. Sí lo es su visibilidad y la aceptación de que la no convivencialidad pueda originarse en decisiones laborales, profesionales o personales, también de las mujeres.

Por otro lado, las actualmente denominadas familias multiespecie, es decir, las que incorporan especies no humanas como perros, gatos, aves u otros animales a la vida familiar, tampoco son nuevas.  Sí, probablemente, es nueva su denominación y difusión. Estas familias ya no solo son usuales en ámbitos rurales o poblaciones con espacios habitacionales amplios; también lo son en ciudades densas con viviendas pequeñas y en edificios o vecindarios que requieren de acuerdos y legislaciones que aseguren el bienestar de las especies convivientes.

Los acuerdos familiares flexibles y las dinámicas de convivencia que dan forma a familias diversas han acompañado a la historia de la humanidad, pero ahora esas familias son visibles, aceptadas y reconocidas, lo que otorga derechos a sus integrantes. La separación entre sexualidad y reproducción ha dado una mayor capacidad de decisión sobre si tener hijos o hijas, cuándo y cuántos/as. La tolerancia es esencial para acoger esa diversidad y para fomentar una sociedad inclusiva, respetuosa e integradora de todas las opciones familiares. Sin embargo, reconocer y abordar la convivencia intolerable es también crucial para garantizar el bienestar y la seguridad de quienes integran una familia. El compromiso con la tolerancia, la comprensión y la coexistencia responsable es esencial en la construcción y preservación de familias y comunidades cohesionadas y armoniosas.

Referencias

[1] Marre, D. “El retraso de la maternidad”. A Devesa, M., Rodríguez Melcón, A. y Veiga, A. (ed.), Ser madre a los 40 (y más allá). Lo que has de saber (8-31). Grijalbo / Penguin Random House, 2018.

[2] Clarke, A. E. y Haraway, D. (ed.). Making kin not population. Prickly Paradigm Press, 2018.

[3] Alvarez, B. y Marre, D. “Motherhood in Spain: From the ‘Baby Boom’ to ‘Structural Infertility’”. Medical Anthropology, 41(6-7), 718-731. 2022.

[4] Marre, D. “Los silencios de la adopción en España”. Revista de Antropología Social, 19, 97-126. 2009.

[5] Marre, D., San Román, B. y Guerra, D. “On reproductive work in Spain. Transnational adoption, egg donation, surrogacy”. Medical Anthropology, 37(2), 158-173. 2018.

[6] Bertran Lafuente, J. Estimada desconeguda. Desig, òvuls, diners, dilemes. La Campana, 2023.

Publicacions

  • Infancia y adopción: una perspectiva sociocultural María José Rodríguez Jaume, Beatriz San Román Sobrino y Diana Marre
  • La adopción y el acogimiento. Presente y perspectivasDiana Marre y Joan Bestard (eds.)
  • Maternidades, procreación y crianza en transformación Bellaterra Edicions, 2000

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