La raíces emocionales de la crisis de la natalidad

Il·lustració ©Mariona Cabassa

La actual crisis de natalidad entronca con algo más profundo que los aspectos culturales o sociológicos. Tiene que ver con un cambio de conciencia y con una revolución espiritual, en la que el encuentro con nuestra autenticidad es indisoluble de la necesidad de aprender de la experiencia emocional. La desconexión cuerpo-mente de la sociedad actual es una dificultad para comprender las necesidades verdaderas del ser humano, entre ellas, tener hijos.

Estamos ante un gran cambio estructural, en el que las actuales configuraciones familiares dan lugar a necesidades grupales e individuales nacientes y, a la inversa, estas necesidades retroalimentan la nueva idea de familia. A raíz de la pandemia, los profesionales de la salud nos encontramos con una explosión, podríamos decir esperanzadora, de nuevas expresiones de malestar emocional: adultos jóvenes se replantearon su identidad y muchos entraron en crisis; bastantes adolescentes contactaron con sus necesidades más profundas y con el dolor que esto conlleva; algunos niños gozaron de unos vínculos más profundos, reales y continuados con sus cuidadores, mientras que otros fueron testigos de crisis de relación de los progenitores, con todas las implicaciones emocionales subsiguientes. El mundo se detuvo, las mentes humanas tuvieron que parar y muchos esquemas que funcionaban de forma automática se percibieron y repensaron.

La familia abarca un ámbito que va más allá del concepto tradicional y que tiene que ver con la idea de pertenencia al grupo y al núcleo de intimidad, un aspecto que no solo incluye a la familia nuclear, sino que también engloba a las parejas sin hijos, las familias monoparentales… Estamos ante un cambio de paradigma, en el que la idea de familia no abraza necesariamente la presencia de hijos. Y, por muchos motivos, dentro de este cambio encontramos el replanteamiento del bienestar y de lo que significa sentirse satisfecho y feliz, lo que implica un aspecto de realización personal que se suma a la realización familiar.

Pacientes en crisis, sufrimientos sin nombre

En las consultas vemos a muchos pacientes en crisis que se plantean reformulaciones muy serias de lo que necesitan en la vida para estar en paz consigo mismos. Ya no observamos tanta repetición de esquemas anteriores o, al menos, los observamos —en su caso— después de un proceso de conciencia de lo que desean, desde la honestidad y desde el corazón, desde un punto de vista vital. Buscan un equilibrio entre la generosidad y el deseo de dar —por ejemplo, vía la tenencia de hijos— y la necesidad de cuidarse a sí mismos.

La crisis de natalidad puede tener una lectura amplia, desde lo que he explicado anteriormente hasta otras causas que van de la mano de los aspectos sociodemográficos, económicos, políticos y culturales, que implican estilos de vida difícilmente compatibles con la crianza. Otras cuestiones, en relación con la ausencia de contacto con los propios deseos, implican una desconexión del ser humano, una tendencia a buscar lo práctico y unos vínculos menos profundos, que afectarían a la falta de configuraciones familiares. Es la confusión entre crecer a escala individual y el individualismo “psicopático” de nuestra sociedad actual occidental.

Desde el punto de vista psicosomático, cada vez nos encontramos con más problemas de fertilidad, un hecho que está interrelacionado con lo anterior, y que es causa y efecto del momento de cambios en el terreno bio-psico-social que hemos presenciado durante las últimas décadas.

A lo largo de mi experiencia clínica, he observado modificaciones en la manifestación del sufrimiento, hasta el punto de que los motivos de consulta son cada vez más difusos y se podrían englobar en una ansiedad generalizada, a menudo con aspectos confusionales, sensación de malestar sin conocer su sentimiento subyacente… La ansiedad no es, como tal, un sentimiento, sino una manifestación psicofísica del sufrimiento. Vemos, cada vez más, la necesidad de trabajar y ayudar a comprender, en toda su complejidad, la raíz de este sufrimiento sin nombre.

En los procesos terapéuticos, encontramos panoramas muy diversos: a veces, en criaturas cuyos los padres las llevan a terapia detectamos —a través de la enuresis o encopresis, la hiperactividad, el enfado generalizado…— expresiones del malestar del sistema familiar; implícitamente, vemos a hijos no deseados a un nivel profundo. Algunos adolescentes, que han sido hijos deseados, expresan el malestar que sienten por convivir con unos progenitores en lucha constante entre ellos. Han tenido que ser muy autosuficientes para soportar el peso de un conflicto que no les es propio. En otras ocasiones, atendemos a personas adultas que tienen dudas sobre si tener hijos o no tenerlos, y no es tan importante el hecho en sí mismo como la necesidad de que la decisión llegue desde la conciencia y no desde deseos ególatras, de carácter inmaduro e infantil.

En las consultas vemos mucho dolor psíquico fruto de las dificultades de maduración personal. Hace falta tiempo, paciencia y confianza en la capacidad para aprender a autogestionarse. El aprendizaje es fruto de la experiencia emocional, es un proceso relacionado con la subjetividad que nos caracteriza como humanos.

La necesidad de integrar cuerpo y mente

Es de vital importancia que nos comprometemos a incidir en las bases del malestar que afecta a nuestra cultura: el sistema necesita ayudas para garantizar un buen proceso de individuación, un trabajo que puede complementarse con una escuela de padres. Al mismo tiempo, es necesario seguir ampliando el abanico de recursos de atención al malestar emocional, que vayan más allá de la psicofarmacología para la regulación de la salud.

Las familias equilibradas con hijos necesitan formarse en la interrelación entre individuos sanos, en unas relaciones que no estén basadas en el modo clan ni en la simbiosis entre los miembros, ni tampoco en la suma de seres que funcionan de forma individualista sin ni tan solo una mínima comunicación existente. ¿Y cómo llegamos aquí, si vivimos en una sociedad que presenta una disociación cuerpo-mente? Los recursos para crecer deben venir de la atención integrada de ambos.

Cuando empecé a formarme y especializarme en el trato con pacientes, los motivos de consulta eran, dado el ámbito clínico hospitalario, de tipo psicosomático, como una vía de expresión a través de la cual los usuarios manifestaban el malestar.

Es imprescindible entender el lenguaje del cuerpo desde el estudio de la neuropsicología, de los procesos cognitivos conductuales, del pensamiento y de las emociones, hasta llegar a la comprensión significativa de la expresión corporal. Es básico que los profesionales de la salud emocional podamos ayudar a transitar a través del dolor, para dar cabida a una forma de vivir más sana y menos nociva. De este modo, se evitarán bloqueos psicocorporales y se reducirán las dificultades y las crisis evolutivas.

Desde el punto de vista psicológico, nos enfrentamos a una crisis de identidad, que se ha ido forjando con la progresiva desconexión cuerpo-mente. En el fondo, con una pérdida de saber quiénes somos, más allá de qué hacemos o qué tenemos. Nos encontramos en un momento de cambio espiritual; me atrevería a llamarlo revolución. Necesitamos encontrarnos a nosotros mismos como seres humanos, entender qué hacemos, qué queremos, qué necesitamos y si todo esto está relacionado con llenar un vacío existencial o con unas necesidades verdaderas.

Cabe destacar que, para llegar a conectar con nuestra autenticidad, es inevitable vivir cierto dolor emocional. Es un vehículo necesario para ver la realidad presente y poder cambiarla desde el compromiso con uno mismo y, a escala macro, con el resto de los grupos humanos.

No se trata solo de ver una parte de la realidad —en este caso, la disminución de la natalidad—, sino de aprender a entenderla a partir de una óptica amplia, en su aspecto multidimensional, teniendo en cuenta los diversos grados de análisis desde el punto de vista emocional y las necesidades de cambio interno profundo del ser humano. Sin juicios sobre lo que es positivo o lo que es negativo, sin tanto miedo, sin mirar solo lo que perdemos o solo lo que ganamos.

Todo cambio implica pérdidas y ganancias, movimientos que suelen ser imprescindibles y de los cuales, seguro, podemos sacar un aprendizaje. Es necesario un replanteamiento en muchos sentidos —también en el sentido emocional— de la importancia de la conexión. Hay que trabajar para aumentar la conciencia y el conocimiento de nuestro propio ser, desde el punto de vista mental, emocional y corporal.

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