“La izquierda tiene muchos creyentes, pero pocos practicantes”

Francesc Escribano

© Albert Armengol

Francesc Escribano es un periodista con alma de antropólogo. De joven dudó entre estas dos profesiones y, con el paso del tiempo, se ha ido quedando con lo mejor de cada una. Del periodismo conserva el ojo crítico, la habilidad divulgativa y un olfato envidiable para conectar con el público. De la antropología ha aprendido a escuchar sin prejuicios, con atención de etnógrafo y curiosidad de científico. Mucha gente lo conoce porque durante cuatro años fue el director de TV3. Pero no tarda en confesarme que, en otra vida, esta etapa quizá se la saltaría. “Tenía que tener el teléfono siempre en silencio porque, cada vez que sonaba, ¡me sacaba de quicio!” Ahora sigue llevando el móvil en silencio, pero su mirada es la de alguien con muchos proyectos, que vive intensamente conectado con el mundo.

Francesc Escribano (Vilanova i la Geltrú, 1958) entró en TV3 en 1981 como redactor de informativos y acabó siendo el director entre los años 2004 y 2008. De su extensa producción televisiva destaca un conjunto de docuseries que parten de una premisa común: fijarse en gente anónima y observar su normalidad. Así creó Ciutadans, Vides privades, Veterinaris o la singular Generació D, un proyecto para el que ha entrevistado periódicamente a un grupo de personas durante más de treinta años. Aparte de la producción audiovisual, Escribano ha escrito libros sobre Salvador Puig Antich, Antoni Benaiges y el Brasil de Pere Casaldàliga, un país y un personaje que lo cautivaron desde muy joven. Actualmente, dirige la productora Minoria Absoluta, desde donde ha impulsado la miniserie Descalzo sobre la tierra roja y películas como El maestro que prometió el mar.

¿De pequeño ya querías ser periodista?

¡Sí, lo tenía clarísimo! Se lo decía a todo el mundo que me lo preguntaba. Nunca me imaginaba trabajando en la televisión, pero quería ser periodista. Me gustaba mucho escribir.

Y terminaste estudiando Periodismo.

Sí, llegué allí superilusionado. Pero entonces empecé a ver cómo era ese mundo y me decepcioné mucho.

¿Por qué?

Porque veía cómo se hacían las cosas… El primer trabajo que me encargaron en el Diario de Vilanova, donde intentaba realizar unas prácticas, ¡fue enviarme a un concierto del que ya habían escrito la crónica! Solo querían que me asegurara de que el concierto realmente tenía lugar, ¡no fuera a ser que publicaran la crónica de un concierto que nunca había existido!

¿Esta desilusión te hizo cambiar de planes?

Más o menos… Lo que descubrí fue que mi vocación era ser antropólogo. Pero tampoco lo veía claro, porque, como no tenía demasiados recursos… Supongo que, si hubiese habido más dinero en casa, habría dejado Periodismo y me habría ido a estudiar Antropología. Pero, al final, aprovechando que en la universidad se vivía un momento muy laxo, lo que hice fue terminar Periodismo haciendo todos los trabajos sobre temas de antropología. Iba a seminarios de antropología, leía libros de antropología sin cesar… Los textos de antropología me flipaban.

¿Cómo empezó tu carrera profesional?

De hecho, mi entrada al mundo del periodismo fue precisamente por todo esto de la antropología. En ese momento había un movimiento de recuperación de la cultura popular, de las fiestas, del folclore… Y en Vilanova era especialmente potente, porque había gente como Bienve Moya, que era un folclorista importante. Se respiraba mucha efervescencia con este tema. Entonces empecé una colaboración en una revista llamada El món, haciendo una sección que justamente consistía en escribir sobre fiestas y tradiciones populares, intentando darle un toque de sentido del humor.

¿Y el salto a la tele?

Esto vino porque Salvador Alsius había tenido la idea de incluir una sección en el Telenotícies dedicada a los santos del día. Y como yo, gracias a la sección de El món, dominaba el tema, vino a buscarme para que me encargara de hacerla. Asimismo, los de Televisión Española también me pidieron algunos reportajes sobre fiestas populares, que en ese momento se veían como algo muy exótico.

Al final, lograste hibridar el periodismo con la antropología.

Mientras estudiaba estaba convencido de que nunca trabajaría ni de periodista ni en la televisión, pero, al final, gracias al rollo antropológico, lo acabé haciendo.

Cuando entraste en TV3, la televisión justo empezaba a arrancar…

Sí, entré como redactor de informativos en abril de 1984, que es cuando empezó el Telenotícies migdia, y después pasé al 30 minuts. Había poca gente con experiencia en reportajes, y como yo había creado unos cuantos para Televisión Española, empecé a hacerlo. Eran los primeros momentos de la tele, todo estaba por hacer.

Fotografía de Francesc Escribano © Albert Armengol Fotografía de Francesc Escribano © Albert Armengol

Debía de ser estimulante.

¡Fue una época cojonuda! Pienso que fuimos afortunados. Los primeros años del 30 minuts nos preguntábamos: “¿Qué estamos haciendo? ¿Reportajes? ¿Documentales?”. Es apasionante estar en un lugar donde no sabes exactamente qué estás haciendo y tienes que intentar descubrirlo, y hacerlo con los demás. Aprendíamos mucho, mutuamente. Piensa que yo tenía 25 años. Ahora sería becario. En ese momento, en cambio, ya empezabas haciendo reportajes… era algo fantástico. Fue la suerte de vivir una época en la que las calles todavía estaban por poner.

En tu último libro explicas que, en 1985, Joan Salvat, director del 30 minuts, te envió a Brasil para que hicieras un reportaje de “tema libre”. ¿Cómo fue aquello?

De hecho, lo que pasó es tan ridículo que en el libro ni me atreví a contarlo.

¡Ostras, pues cuéntamelo ahora!

Lo cierto es que entre una agencia de viajes de Andorra y la delegación de Iberia en Girona organizaron un viaje a Brasil para sus empleados. Entonces vinieron a la tele a decirnos que nos ofrecían dos billetes para acompañarlos y hacer un reportaje sobre su viaje. Nosotros les respondimos que un viaje de empresa como aquel no nos parecía un hecho muy noticiable… Pero, en aquellos momentos, no era fácil viajar a lugares como Brasil para hacer reportajes, así que nos preguntábamos cómo podíamos aprovechar los billetes que nos ofrecían.

Al final propusimos a los de la agencia que llevaran productos locales a la colonia catalana de Río de Janeiro, y así tendríamos la excusa para hacer una pieza para el “Fets i gent”, que era una sección del Telenotícies. Gracias a eso, nos aseguramos los dos billetes, que yo aproveché para hacer el reportaje sobre Casaldàliga, y Dolors Genovès para entrevistar a Jorge Amado y hacer un reportaje sobre la arquitectura de Brasilia.

¿Cómo decidiste que el tema de tu documental sería Pere Casaldàliga?

Mientras me documentaba en busca de un tema interesante vinculado con Brasil, me aparecían muchas noticias relacionadas con él. Vivía en la selva del Mato Grosso, que, para mí, era un lugar mítico gracias a haber leído las etnografías de Claude Lévi-Strauss. Además, dos de sus sobrinas trabajaban en TV3. Todo surgió de forma natural.

Cuando hiciste ese reportaje, ¿fuiste consciente de la importancia que acabaría teniendo Casaldàliga en tu vida?

No. Tenía 26 años. Todavía pensaba sobre todo en mí mismo. No me di cuenta de lo que significaría. Lo que ocurre es que todo aquello se me quedó muy pegado al alma. Me enamoré del país, de su gente… Y me quedé con muchas ganas de volver. Y eso es lo que he ido haciendo desde entonces.

De todas formas, en tus libros describes el primer encuentro con Casaldàliga como un fuerte impacto.

Casaldàliga me atrapó; es un efecto que producía en todo el mundo. Era de esas personas que realmente estaba contigo. Algo que rara vez ocurre, ¿no crees? Siempre, cuando estamos con alguien, estamos allí y en otro sitio a la vez. Él, en cambio, tenía esta virtud: cuando estaba contigo, estaba contigo plenamente.

El reportaje parece casi un documental etnográfico.

De hecho, gran parte de lo que hice en TV3 bebe mucho de lo que había aprendido estudiando Antropología. Muchos de los reportajes que hacíamos en el 30 minuts tenían que ver con esto, y las series que creamos eran muy antropológicas.

Hablemos un poco de estas series. ¿Cómo empezasteis a hacerlas?

Para uno de los programas del 30 minuts buscamos a un grupo de chavales de 15 años, que eran la primera generación nacida después de Franco. Se trataba de hacer un retrato generacional, así que elegimos a unas setenta personas a las que hacíamos las mismas preguntas. Teníamos como asesor a Salvador Cardús, que me influyó mucho a la hora de plantear el proyecto.

Entonces, Joan Úbeda, que era un realizador del 30 minuts, me dijo que la BBC estaba emitiendo un programa en el que seguían a un conjunto de jóvenes a lo largo de los años y los iban filmando periódicamente. Y de aquí surgió la idea de entrevistar a estas mismas personas cada siete años, que es la estructura de Generació D.

Esto fue el inicio de muchos programas con un aire de familia.

Sí, porque vimos que el formato de elegir a un colectivo de gente similar y hacerle las mismas preguntas funcionaba muy bien. Hicimos una serie que se llamó Ciutadans y, a partir de aquí, muchas otras, que siempre tenían una característica común: observar la normalidad de gente anónima.

A los periodistas a menudo se les enseña que deben fijarse justamente en lo que se sale de la normalidad… La persona que muerde a un perro, en lugar del perro que muerde a una persona.

Tenemos la sensación de que lo que más dice de nosotros es cómo nos comportamos ante situaciones extraordinarias, pero, a menudo, lo que más nos define es cómo nos comportamos en la normalidad. Lo que hacemos todos los días.

La mayor parte de las series que hicimos tenían mucho que ver con esto: con observar la normalidad, la cotidianidad, a la gente común… Pero situándola en un lugar de importancia. Les decíamos: “Lo que tú haces es interesante”. Y esto, cuando funciona, es muy revelador y tiene mucha fuerza.

Un capítulo de tu último libro se titula “Personas sencillas en lugares sin importancia”.

Sí, esto viene de un refrán africano que me dijo Paulo Gabriel, un cura amigo de Casaldàliga. “Personas sencillas, en lugares sin importancia, haciendo cosas pequeñas, son las que cambian el mundo”. Las personas que hacen un trabajo pequeño, pero que lo hacen bien, son las que marcan la diferencia.

A partir de un cierto momento empezaste a tener cargos directivos dentro de la estructura de TV3. ¿Cómo fue?

Llegas a una cierta edad, dentro de una empresa muy grande, y casi por decantación… pues vas subiendo. Los de mi generación fuimos los primeros que, habiendo empezado allí, llegamos a mandar.

¿Qué significa ser director de TV3?

Quiere decir vivir bajo presión. A TV3 se le pide todo. No quiero renegar de nada de lo que he hecho, pero son años en los que estás tan presionado que la presión te aturde. Tiran de ti por todos lados: tiran los políticos, tira la audiencia, tira la gente de la casa… Con este nivel de presión tan grande creo que no se puede vivir. Cuando llevaba tres o cuatro años con el cargo recuerdo que me pregunté: “¿Por qué cojones dije que sí?”.

¿Por qué crees que dijiste que sí?

Existía esa sensación de ser una generación que habíamos salido de allí y de tener que aportar algo… Y también un cierto autoengaño de pensar: “Ahora haremos una televisión realmente pública”. Pero TV3 es demasiado importante y las presiones son demasiado grandes… Al final lo resistí como pude. Pero, si tuviera que volver a elegir, ¡no sé si elegiría lo mismo!

¿Pudisteis hacer cosas de las que te sientas satisfecho?

Sí, muchas. Una de las cuestiones que me hacía sentir más orgulloso es que TV3 no era igual que el resto de las cadenas. Apostábamos por programas diferentes, que, además, tenían éxito. Y eso también es importante, porque, en la televisión, si no tienes público, ¡no haces servicio público!

Hablas muy a menudo sobre la importancia de la televisión pública.

Sí, me siento muy implicado en este concepto. Hay gente que piensa que TV3, solo por ser en catalán, ya lo tiene todo hecho. Y no es así. TV3 tiene que ser una televisión pública, y una televisión pública tiene que ser ejemplar.

¿Qué significa para ti “ser ejemplar”?

Pues hacer La Marató, por ejemplo. O programas con nuevos formatos o los documentales de Sense ficció en prime time. Esto TV3 lo tiene, porque ha ido construyendo un público y ha apostado por él. Y el hecho de que yo tuviera una determinada sensibilidad hizo que en la etapa de ocho o nueve años durante la que fui influyente esto se consolidara. Este punto diferencial es el que me hace sentir más orgulloso.

En cualquier caso, cuando terminó tu etapa de director dejaste TV3.

Sí, porque me resultaba difícil seguir allí después de haber tenido esa responsabilidad. Sobre el papel siempre decía que quería volver al 30 minuts. Pero, en la práctica, se me hacía muy difícil.

Lo que no quería era ir a una productora con la que hubiera tenido tratos como director de TV3. Así que me fui a Madrid y allí estuve un año trabajando con una productora en la que hacíamos mucha ficción. Luego, por razones familiares, tuve que volver a Barcelona. Esto coincidió con el momento en que Toni Soler quería crear una productora y yo me incorporé al proyecto.

Hasta ahora hemos hablado mucho de televisión, pero tú has escrito varios libros. ¿Qué papel tiene la escritura en tu vida?

Cuando escribes es porque lo haces desde el alma, porque hay un tema que llevas en el corazón. Aunque el proceso de escritura es largo y laborioso, también es muy gratificante. Porque te conoces mejor… Y, pasándolo mal, te lo pasas bien. El último libro que he hecho, por ejemplo, me ha ido muy bien para entender por qué eran tan importantes para mí Casaldàliga y Brasil.

Y, más allá de los libros, ¿tienes un hábito de escritura personal?

No, vengo de una cultura más periodística, de escribir por encargo. Aunque el encargo me lo ponga yo mismo.

Hablemos de los protagonistas de tus libros: Antoni Benaiges, Salvador Puig Antich y Pere Casaldàliga. ¿Qué tienen en común?

Son militantes. En el caso de Benaiges y de Casaldàliga, militantes de la esperanza. Y los tres son personas que entregan su vida por aquello en lo que creen, hasta el punto de que dos de ellos llegan al extremo de entregar la muerte. Es curioso, porque Benaiges y Puig Antich, que no querían morir y que no tenían vocación de mártires, acabaron siéndolo. Y Casaldàliga, en cambio, que sí la tenía, es el que murió de viejo. Su amigo Tomás Balduíno siempre le decía: “¡Dios te castigará obligándote a morir en la cama!”. Se hacían esta broma porque estaban seguros de que los matarían antes. Era como si estuvieran en una guerra y lo normal era pensar que no saldrían vivos de allí. Así que, ya puestos, pensaban dar la muerte como máxima expresión de dar la vida. En cualquier caso, el nivel de militancia, de radicalidad y de entrega es similar en los tres.

El hecho de haberte dedicado tanto a estos personajes, ¿qué te dice sobre ti mismo?

¡Me dice que no me parezco en absoluto a mis biografiados! Y me dice que lo que admiro de ellos es lo que quizás me falta a mí, ¿no crees? Este espíritu de militancia, esta entrega, esta radicalidad… En el fondo, los tres son unos radicales, y piensas: “¡Hostia, es que realmente en la vida está bien ser radical!”. Vivimos en un mundo en el que la superficialidad se valora mucho más que la militancia. Tendemos a desconfiar de alguien que sea muy militante. Pero creo que, para cambiar realmente las cosas, es necesario militar.

¿Te consideras militante de una causa en concreto?

No… Yo considero que estoy sensibilizado, pero, comparado con esta gente, no puedo considerarme un militante… Casaldàliga decía que “no es suficiente con ser creyente, también hay que ser creíble”. Tendemos a pensar que con creer ya es suficiente, pero lo que nos define es lo que hacemos. La clave está en que, si piensas de una forma, actúes de esa forma. Vivimos en un mundo en el que hay que militar mucho más, no solo creer.

Durante tu último viaje a Brasil, esto lo has visto muy claro, ¿no?

Sí, este viaje me ha servido mucho para ver qué le está pasando a la izquierda. Viendo cómo ha cuajado el discurso de Bolsonaro, me preguntaba: “¿Por qué el mensaje de la ultraderecha crece tanto?”. Y llegas a la conclusión de que, a la izquierda, le pasa un poco como a los católicos: hay muchos creyentes, pero pocos practicantes.

Hablando de la ultraderecha y de Bolsonaro, en el último libro cuentas que te ha sorprendido ver cómo gente que no esperabas había abrazado su discurso.

Es que el mensaje de la ultraderecha, además de utilizar un vehículo muy moderno, tiene la característica de basarse en la destrucción, mientras que el otro es un mensaje que se basa en la construcción. Entonces, dependiendo del momento vital, puede apelarte más un mensaje u otro. Hay un momento en el que te apetece más salir a la calle a dar hostias que quedarte en casa esperando o tomar el largo camino de la construcción.

© Albert Armengol © Albert Armengol

Por lo que has visto en Brasil, ¿qué hace que la gente tire más por un camino o por el otro?

No sabría decírtelo… ¿Sabes qué ocurre? Que vivimos en un mundo en el que las convicciones son muy frágiles, así que todo es muy volátil. Y, además, las ofertas políticas te llegan por WhatsApp, por los grupos de la familia… Las corrientes de opinión se van creando de esta forma y acabas pensando lo mismo que tus amigos. Al final, la cuestión es más emocional que racional. Por su parte, la ambición también acaba siendo importante. Ambición a veces rima con esperanza, pero a veces rima con especulación. La ambición a menudo te lleva a pensar que, para mejorar tú, tienes que pisar a otro.

Hablemos un momento de espiritualidad. Tú no vienes de una tradición familiar demasiado religiosa, ¿no?

No. Estudié en los escolapios, pero mis padres no eran religiosos… Lo que ocurre es que siempre me ha atraído mucho todo lo que se refiere a la religión. Supongo que también tiene relación con mi interés por la antropología. De todas formas, a veces pensamos que la espiritualidad tiene que ver con quién sabe qué… y yo creo que la espiritualidad tiene que ver con lo que hablábamos antes, lo que hay que creer y practicar. Yo creo en muchas cosas. Y lo que tengo claro es que estas creencias deben impulsarme a moverme, a luchar… La espiritualidad forma parte de esto.

En Brasil, a menudo hay esta asociación entre lucha y espiritualidad.

Sí, totalmente. De hecho, durante mi último viaje, alguna gente del Partido de los Trabajadores (PT) me decía que uno de los problemas que había tenido la izquierda es que había perdido esta dimensión espiritual. Y es verdad que el boom del PT había estado muy vinculado al nacimiento de la teología de la liberación y tenía, sin duda, un punto espiritual. Parece como si, en la práctica, sin la luz de la creencia, no terminara de funcionar… En el caso de Casaldàliga esto se ve muy claro. Su discurso podría haber funcionado perfectamente sin la pátina religiosa y espiritual, pero, cuando le añades esta dimensión, todo adquiere otro peso.

Hablando de creencias y compromisos, ¿me puedes contar la historia de este anillo que llevas?

Viene de los esclavos africanos, que no podían tener ni oro ni joyas. Así que, para hacerse anillos, utilizaban un tipo de coco que existe en Brasil que se llama tucum. Casaldàliga, cuando lo nombraron obispo, en vez de hacerse un lujoso anillo obispal, decidió que su anillo de obispo fuera de tucum. Y eso hizo que este tipo de anillo se convirtiera en un símbolo de la teología de la liberación, de la causa indígena, un símbolo de la izquierda… En Brasil mucha gente lo lleva; aquí no tiene ningún significado, pero allí sí quiere decir muchas cosas. Y siempre se dice que este anillo no te lo puedes comprar, sino que alguien tiene que regalártelo.

En el último libro explicas que llevar este anillo te ha ayudado a recordar tus convicciones en momentos importantes. ¿Ya lo llevabas cuando eras director de TV3?

Sí.

Y, siendo director, ¿te preguntabas qué haría Casaldàliga ante tal o cual situación?

Mmm… A veces sí me lo preguntaba, pero muchas otras no me atrevía a hacerlo, ¡porque probablemente no me hubiera gustado la respuesta! Hay que tener referentes, pero no te los puedes aplicar al pie de la letra.

Por último, descríbeme tu día ideal.

Un día ideal comienza en Vilanova, viendo el mar y disfrutando de mis nietas, que son tres joyas. Yo soy muy de Vilanova y ahora estoy en una etapa en la que… ¿cómo te lo diría? Mi amigo Guillem Terribas dice: “Los nietos son el postre de la vida”. ¡Pues yo ahora estoy disfrutando del postre!

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  • Desenterrando el silencio: Antoni Benaiges, el maestro que prometió el marBlume, 2016
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