Hermitage, el proyecto de museo que sacude la Barceloneta

Vista des del mar de Barcelona amb la plaça de la Rosa dels Vents, l'Hotel W i una part de la platja de Sant Sebastià, en primer pla, i Montjuïc i el World Trade Center, al fons. © Hemav. Ajuntament de Barcelona.

La posible llegada del Hermitage al puerto de Barcelona se vive con escepticismo y desacuerdo en el barrio de la Barceloneta. Mientras algunos creen que supondrá una oportunidad para transformar la economía, otros temen un pufo que agravará la masificación turística de un barrio ya saturado. El proyecto ha ido variando desde los primeros acuerdos en 2012, pero la cuestión de fondo permanece. Más allá de las eternas promesas de riqueza y empleo, ¿qué impacto tendrá sobre el barrio y sobre la ciudad?

Cuando el paseo de Joan de Borbó rompe a la derecha, el barrio de la Barceloneta se parte en dos. Los dos clubes de natación (el Atlètic Barceloneta y el Natació Barcelona) ocupan el tramo central de una lengua de terreno a lo largo de la cual se extiende la playa de Sant Sebastià hacia poniente y un languideciente paseo de Joan de Borbó hacia levante. Al final de esta península urbana artificial hay una rotonda; más allá, el mastodóntico almacén de Desigual; a su lado, la figura ondulada del hotel W; y al fondo, como última frontera de la ciudad ante el mar, la enorme explanada (llamada plaza de la Rosa dels Vents) en la que se proyecta levantar la sucursal del museo Hermitage.

Tras seis años de idas y venidas en el proyecto, en abril de 2018 el Plenario del Ayuntamiento de Barcelona aprobaba finalmente la reforma de la Nova Bocana del Port Vell. En este documento se recalificaba el espacio central de la bocana para uso cultural, dando así vía libre para que la Autoridad Portuaria de Barcelona (APB), que tiene la concesión del terreno, abriese la convocatoria para los candidatos. Más de un año más tarde, en junio de 2019, el BOE publicó la solicitud de la concesión de la parcela que corresponde al edificio central del plan aprobado de renovación de la bocana (la 1a/31.3.b) por parte de la empresa Museo Hermitage Barcelona, SL. Su presidente, Ujo Pallarés, es la única cara visible del proyecto después de la muerte, en marzo de 2018, del otro impulsor, encargado de la propuesta museística, Jorge Wagensberg, una figura de gran prestigio que ideó y dirigió el museo CosmoCaixa de Barcelona.

A finales de junio se conoció el proyecto que actualmente está sobre la mesa, diseñado por el arquitecto Toyo Ito, ganador del premio Pritzker 2013, y constructor del edificio de la Feria del Hospitalet. Un proyecto mucho más elaborado que la versión presentada anteriormente en 2016, de formas onduladas, muy marinas. Durante la presentación, los promotores se centraron en subrayar la importancia del edificio central de Ito, asegurando que se convertiría en un icono de la ciudad. Además, destacaron que el museo tendría colección propia, que se dotaría de obras compradas, donadas o concebidas desde los mismos espacios de creación artística que contempla el proyecto. El impulsor Ujo Pallarés aseguraba, en una entrevista concedida al diario La Razón en 2018, que los beneficios para el barrio serían enormes, desmentía que el Hermitage buscase un público de alto standing y aseguraba que el museo estaría abierto al barrio: “Somos los mejores vecinos que pueden tener”.

Una parte de los vecinos, entre ellos la Asociación de Vecinos del Òstia, constituidos en la Plataforma per un Port Ciutadà, presentaron en julio ante la APB quince alegaciones para frenar el proyecto: “No queremos el Hermitage. Y además hay que revertir la última propuesta de reforma de la Nova Bocana del Port Vell”, asegura Daniel Pardo, miembro de la plataforma y de la Asamblea de Barrios por un Turismo Sostenible (ABTS). “Necesitamos una cuarta reforma de la zona, y hacerla con verdadera participación vecinal”. Por contra, en la Asociación de Vecinos de la Barceloneta opinan diferente: “Que haya un proyecto que piense que nuestro barrio puede ser adecuado para incrementar algo tan dejado en los últimos años como es la cultura, nos parece interesante”, asegura Manel Martínez, responsable de comunicación de dicha asociación.

En la concesión se proyecta que el Hermitage abra puertas en el año 2022, con un coste de 52 millones de euros, de los cuales 35,8 corresponden al coste de producción y cinco al proyecto arquitectónico y al proyecto museístico. Este último se ha encargado al estudio del fallecido Wagensberg. Se han pagado otros cinco millones al museo de San Petersburgo en concepto de licencia, a cambio de la cesión de cierta cantidad de obras por 50 años.

En todo caso el Ayuntamiento de Barcelona tendrá la última palabra sobre la instalación o no del museo. Fuentes municipales indican que la APB deberá pedir la conformidad expresa del Ayuntamiento de Barcelona, que tendrá que quedar plasmada en un convenio específico entre ambas instituciones. El plenario decidirá si permite la construcción del museo y si el puerto es el mejor emplazamiento o puede ubicarse en otro lugar. Desplazarlo contribuiría a descentralizar el turismo que asfixia un barrio-península como es la Barceloneta. Entre las posibilidades de emplazamiento que se barajan figura la zona de las chimeneas del Besòs, los vestigios de la central térmica. Sobre esta posibilidad, Daniel Pardo opina que “si bien no congestionaría más la Barceloneta, seguiría siendo una mala noticia. Al fin y al cabo, no supondría reducir turismo, sino moverlo”. A los promotores tampoco parece interesarles esa zona porque prefieren la proximidad de los cruceros.

Imatge virtual del projecte de Museu Hermitage per a Barcelona. © Museu Hermitage Barcelona. Imagen virtual del proyecto del Museo Hermitage para Barcelona. © Museo Hermitage Barcelona.

El consistorio ha acordado que la decisión pivote sobre las concejalías de Ecología y Urbanismo, Cultura, y Economía y Presupuesto. Y se tomará después de examinar cuatro informes que ya se han encargado: uno sobre movilidad, que realizará Ole Thorson; otro sobre impacto urbanístico, que llevará a cabo la arquitecta Maria Rubert de Ventós; un tercero sobre viabilidad económica, que elaborará el economista Xavier Cubeles, y, por último, un cuarto informe sobre valor cultural que hará Josep Ramoneda.

La inversión necesaria para traer el Hermitage a Barcelona sería privada. El 80 % de las acciones de la sociedad concesionaria, Museo Hermitage Barcelona, SL, las controla el fondo de inversión suizo-luxemburgués Varia Europe. El restante 20 % pertenece a Cultural Development Barcelona, propiedad de Ujo Pallarés, quien firmó el acuerdo a 50 años con el museo ruso en 2012.

Desde la Plataforma per un Port Ciutadà temen que el museo acabe necesitando alguna inversión pública para garantizar su viabilidad. “Los museos no sobreviven solos –explica Daniel Pardo–. A no ser que sean como el del Barça. Y como ha pasado con otras sucursales del Hermitage por el mundo, solo hay dos caminos: o conseguir financiación pública o cerrar”. Fuentes municipales advierten que el proyecto que se presente deberá ir acompañado de un estudio de viabilidad riguroso. El Ayuntamiento no está dispuesto a tener que rescatar eventualmente una iniciativa fallida, como ha pasado en otros sitios de Europa.

Según los detalles del proyecto publicado el pasado mes de junio, se construirían 16.493 metros cuadrados, de los cuales 3.782 (menos de un 23 %) serían para exposiciones. El resto del espacio se destinaría a oficinas, guardarropa, salas multiusos, un auditorio, tres cafeterías, una librería de arte, una sala VIP y dos terrazas; además, cómo no, de la tienda de artículos de regalo (gift shop) del museo. Los promotores confían en que gracias a estos servicios y al coste de la entrada, que según decía Ujo Pallarés en febrero de 2018 será “más barata que la del museo más caro de Barcelona”, el Hermitage resulte viable.

Ritmos contrapuestos

Los ritmos urbanos en ambos lados de este sector de la Barceloneta se contraponen. Al lado de poniente, el tráfico rodado es denso. Las líneas de bus V15 y V19 llegan hasta esta punta de la ciudad, y cargan y descargan abonados a los clubes de natación, visiblemente reconocibles por las ropas deportivas y las bolsas de gimnasio. Viejos astilleros y antiguas casas de la Guardia Civil esconden la silueta de una fila de lujosos cruceros, y la ciudad en tercer plano. Al otro lado de las instalaciones deportivas, en el lado de levante, se oyen los hilos musicales de las terrazas adyacentes al hotel W, una melodía anodina que se acaba mezclando con la música de un grupo de jóvenes con el torso desnudo que practican danzas urbanas a pie de playa, con el volumen a toda pastilla. Bañistas irredentos aprovechan los últimos días calurosos antes de la entrada real del otoño en la ciudad. Durante la temporada de verano, 11.000 personas visitan diariamente las playas de la Barceloneta, según la Plataforma per un Port Ciutadà. Los promotores del proyecto del museo Hermitage estiman que el primer año recibirían unos 850.000 asistentes (el 70 %, turistas) y que con el tiempo la cifra podría crecer hasta el millón y medio.

Uno de los mayores temores es el efecto embudo. En la descripción del proyecto del Hermitage que encontramos en el web de ujoandpartners.com se puede leer: “A pesar de una topografía de cierta complejidad, el lugar pide alto y claro que su arquitectura facilite recorridos, que conecte desniveles, que se abra con generosidad”. Todas esas personas que visiten el museo, sumados a los clientes del W, más los que vayan a la playa, tendrán que convivir y circular con los vecinos del barrio. Y para salir de esa península artificial hay que pasar por el istmo del paseo de Joan de Borbó. Desde la Asociación de Vecinos de la Barceloneta, Manel Martínez responde: “Para evitar el efecto embudo, los responsables del proyecto nos han asegurado que el museo no tendrá parking de autobuses, así que no podrán entrar hasta ahí”. Además, añade Martínez, gracias al contacto que mantienen con los responsables del proyecto, también han conseguido incluir “la idea de crear una lanzadera marítima que una ese sector con la zona de Colón, necesaria para descongestionar el barrio”.

Tras los contactos que ha mantenido con el consistorio, la Plataforma Port Ciutadà ha constatado que los grupos políticos municipales se dividen entre los que ven en el Hermitage una oportunidad para transformar el tipo de turismo del barrio y los que consideran que en la Barceloneta no cabe más, que toca reducir. Explican que en una reunión a principios de octubre con el concejal del Distrito de Ciutat Vella, Jordi Rabassa, este les aseguró que “a priori, el proyecto del museo Hermitage en la Barceloneta no es adecuado ni para el barrio ni para el distrito”. La plataforma no mantiene en cambio contacto alguno con los promotores.

Las entidades vecinales están de acuerdo en que ninguna administración ha invertido realmente para evitar el monocultivo turístico en el barrio, pero difieren en las soluciones propuestas al problema de la turistización. Pardo asegura que la solución pasa por reducir el turismo: “Si no tendemos a reducir los vuelos y los cruceros llenos de turistas que llegan a Barcelona, por más emergencias climáticas que declaremos, no servirá de nada”, afirma. Martínez es partidario de “transformar” el modelo turístico: explica que es una constante que en el barrio abran negocios de restauración que, poco a poco, van ampliando licencias hasta convertirse en discotecas, agravando la masificación y atrayendo un tipo de turismo de borrachera y fiesta. Ante este panorama, Martínez lo tiene claro: “Frente al riesgo de que en un espacio propiedad del puerto autónomo puedan aparecer otro tipo de ofertas más centradas en el ocio turístico, nos quedamos con el museo. Al fin y al cabo, en un museo no se puede montar una discoteca”. Hermitage y/o barbarie, ese parece ser el dilema.

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