Facilitar la crianza

Ilustración © Mariona Cabassa

Barcelona tiene una de las tasas de fertilidad más bajas del mundo y goza al mismo tiempo de una de las esperanzas de vida más altas. Esto tiene importantes consecuencias demográficas, pero también sociales y económicas. Si Cataluña ha superado este año los ocho millones de habitantes es gracias a la inmigración, porque desde hace unos años se producen más defunciones que nacimientos y, por tanto, estos no garantizan la reposición poblacional.

En el origen de esta crisis de natalidad existen factores sociales que condicionan la decisión de tener hijos. La propia precariedad laboral y las dificultades para acceder a una vivienda que explican el retraso de la edad de emancipación de los jóvenes contribuyen también al aplazamiento de la decisión reproductiva. Para muchas mujeres, el periodo óptimo para tener hijos, desde el punto de vista biológico, coincide con el momento de máxima exigencia para consolidar su carrera profesional. Estos y otros condicionantes llevan a demorar la maternidad hasta una edad en la que la fertilidad decae, por lo que muchas mujeres acaban no teniendo hijos o teniendo menos de los que quisieran. Las dificultades para conciliar la vida laboral con la crianza coinciden, también, con una serie de cambios culturales y vitales, de los que se derivan sentimientos de inseguridad y malestar emocional respecto al porvenir, pero también opciones de vida y preferencias que afectan al deseo de descendencia.

Todos estos elementos inciden en la composición y la evolución de las estructuras familiares. De la familia extensa tradicional queda ya muy poco y también está en crisis la familia nuclear. En los últimos años han emergido varias formas de unión que, si bien no son nuevas, han dejado de ser minoritarias. El gran reto de las políticas públicas es facilitar la integración plena de esta diversidad familiar, al tiempo que se crean las condiciones para que toda la ciudadanía pueda realizar su deseo de maternidad y paternidad. Este era el objetivo del Proyecto de Ley de Familias que decayó la pasada legislatura por el adelanto electoral, aunque se aprobaron algunos aspectos vía real decreto. La crisis de natalidad es consecuencia de importantes cambios sociales y culturales, pero también del fracaso de las estructuras políticas, que no han sabido acompañar estos cambios con servicios y ayudas para facilitar la crianza como sí ha sucedido, con éxito notable, en los países nórdicos.

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