De la ciudad al medio rural: un fenómeno que va a más

La región metropolitana de Barcelona está en fase de contraurbanización. Las migraciones urbano-rural son un fenómeno minoritario, pero creciente, espoleadas por la pandemia de la covid-19. La crisis de la vivienda, sobre todo en las grandes ciudades, está favoreciendo estos cambios residenciales, que se prevé que sigan con una intensidad elevada. Aunque constituyen una oportunidad de reactivación de las áreas rurales, también conllevan riesgos y paradojas.

La pandemia de la covid-19 tuvo un fuerte impacto en las sociedades contemporáneas a muchos niveles, también en las pautas de movilidad residencial de las grandes aglomeraciones urbanas. Las estrategias para evitar los contagios y las restricciones derivadas de los confinamientos incrementaron el atractivo residencial de áreas menos densas y que ofrecían más contacto con la naturaleza. En poco tiempo, numerosos demógrafos de todo el mundo pudieron constatar que, durante la pandemia y en diferentes contextos internacionales, se produjo un aumento de las emigraciones de las grandes ciudades hacia áreas rurales.

Se trató, en cualquier caso, de un fenómeno de magnitud modesta. No significó una gran alteración de los patrones de movilidad residencial dominantes, y menos aún una transformación relevante de la estructura demográfica de los ámbitos urbanos. Sin embargo, en las áreas rurales, menos pobladas y más sensibles a los cambios demográficos repentinos, sí se pudo observar la llegada de población urbana.

Parecía que sería algo meramente coyuntural, pero, en cambio, los primeros análisis realizados ya sobre datos pospandémicos han vuelto a reflejar que las llegadas a áreas rurales persisten.[1] La región metropolitana de Barcelona no es una excepción. En la “ciudad de los cinco millones”, el proceso de contraurbanización ha sobrevivido también a la pandemia, y todavía es una incógnita si se llegará a consolidar o no durante los próximos años.

Factores que explican la migración urbana-rural
Los procesos de metropolitanización y de expansión urbana están marcados habitualmente por fases de centralización o concentración (crecimiento de los núcleos más poblados), dispersión-suburbanización (estancamiento de los núcleos más poblados y crecimiento de los ámbitos menos densos) y declive (reducción de la población en los núcleos más poblados). Estos procesos no tienen que producirse necesariamente de forma sucesiva y lineal, sino que se pueden ir alternando o pueden coexistir varias tendencias poblacionales a la vez en una misma realidad urbana.

La contraurbanización es uno de estos procesos más complejos,[2] que implica una desconcentración de la población metropolitana marcada por una inversión en la relación entre el tamaño poblacional de los territorios y su saldo migratorio. Es decir, se produce cuando los saldos migratorios de las localidades menos pobladas de una región metropolitana son superiores a los de las más pobladas, siempre teniendo en cuenta solo las migraciones internas. Esta es, precisamente, la situación que se ha acentuado en los últimos años en la región metropolitana de Barcelona (gráfico 1), un fenómeno que, por cierto, ya se había observado también en otras metrópolis europeas justo antes de la pandemia.[3]

Gráfico 1. Saldo migratorio según el grado de urbanización. Región metropolitana de Barcelona, 2007-2021.

Existen varias razones que explican este repunte de las migraciones urbano-rural más allá de lo que haya podido contribuir la pandemia. Para algunas personas, en línea con la corriente neorruralista, el motivo principal para irse de la ciudad al campo es el interés por desarrollar formas de vida alternativas y autosuficientes, buscando la ruptura con el modelo de vida urbano hegemónico. Este movimiento, surgido en los años setenta del siglo xx, ha ido evolucionando hacia posiciones menos radicales y más cercanas al ecologismo, donde el contacto directo con la naturaleza y su protección desempeñan un papel central. Según algunos autores, este perfil de población está ganando peso en el contexto actual de crisis sistémica que viven las sociedades contemporáneas.[4]

Otras personas muestran posturas más pragmáticas, relacionadas con la posibilidad de acceder a una vivienda con mejores condiciones a un precio más asequible. Los avances en los medios de transporte y en las tecnologías de la información y de la comunicación, así como la expansión del teletrabajo, han facilitado aún más esta opción. Actualmente, existe la posibilidad de instalarse en áreas rurales conservando muchas de las comodidades de la ciudad y manteniendo el vínculo (laboral o social). Estos cambios residenciales urbano-rural suelen estar protagonizados mayoritariamente por adultos jóvenes, con o sin descendencia, motivados, en gran parte, por ganar calidad de vida en términos de vivienda y de entorno residencial. Otro de los perfiles sociales predominantes es el de la población jubilada que regresa al pueblo de origen o se asienta donde ya dispone de una segunda residencia.

También hay que añadir a las personas que se ven forzadas a abandonar la ciudad por las dificultades de acceder a una vivienda. La crisis de la vivienda que sufren las grandes ciudades ha llevado a algunos autores a hablar de suburbanización de la pobreza.[5]

Este fenómeno implica un desplazamiento de la población con rentas bajas hacia las periferias metropolitanas, que podría incluir también áreas rurales, donde la vivienda puede ser más accesible.

El fenómeno en Barcelona: minoritario, pero creciente
En la región metropolitana de Barcelona, así como en el conjunto de Cataluña, las migraciones urbano-rural, a pesar de ser minoritarias en la estructura de los flujos residenciales, han seguido una tendencia creciente durante los últimos años[6] Con la pandemia de la covid-19, en 2020 se alcanzó el pico, con 2.791 movimientos, pero el cambio de tendencia ya se había producido antes. En 2021, aunque los valores se situaban por debajo de los de 2020, se mantenía una tendencia creciente respecto a 2019, con 2.659 movimientos (gráfico 2).

El volumen de estos cambios residenciales solo representa, aproximadamente, el 2% de las salidas de las grandes ciudades de la región metropolitana de Barcelona, ya que los cambios urbano-urbano son los mayoritarios. Sin embargo, desde la óptica de las áreas rurales, la situación es muy diferente. Entre un 60 y un 70% de las llegadas a áreas rurales provienen de grandes ciudades. Durante los próximos cinco años, se estima que, como mínimo, otras 51.000 personas partirán de las grandes ciudades metropolitanas hacia áreas semidensas y rurales de la misma región metropolitana, una cifra que no tiene en cuenta a las que todavía no tienen previsto hacerlo o que no tienen claro a qué municipio irán. De hecho, son más las personas que, residiendo en ciudades grandes, si pudieran elegir, optarían por vivir en áreas semidensas y rurales. En concreto, 120.000 personas, 69.000 más que las que ya lo tienen previsto.

Gráfico 2. Evolución del tráfico urbano-rural. Número de movimientos residenciales internos en la región metropolitana de Barcelona. Región metropolitana de Barcelona, 2007-2021.

La población que realiza estos cambios es mayoritariamente autóctona (88,5%) y la media de edad se sitúa en los 36 años. Casi la mitad de la población que abandona la ciudad para irse a vivir a áreas semidensas y rurales lo hace principalmente para mejorar la vivienda o el entorno residencial, un 47,3% (gráfico 3).

Gráfico 3. Motivos de cambio residencial según el tipo de flujo territorial. Población de 16 años o más que ha cambiado de vivienda. Región metropolitana de Barcelona, 2022.

Vivir fuera de la ciudad
La satisfacción con la vivienda y con el entorno residencial entre la población que reside en áreas semidensas y rurales de la región metropolitana de Barcelona es mayor que en las ciudades grandes. Por otra parte, sin embargo, vivir en municipios rurales conlleva una menor proximidad a los servicios y equipamientos (gráfico 4). Aun así, la valoración de las personas usuarias sobre los servicios y equipamientos es en general positiva, con independencia del grado de urbanización. Entre la población que vive en áreas semidensas y rurales, el transporte público es el único servicio que se valora negativamente y que marca más diferencias respecto a las áreas urbanas, sobre todo con el municipio de Barcelona.

Gráfico 4. Proximidad a los servicios y equipamientos según el grado de urbanización (%). Región metropolitana de Barcelona, 2021.

Paradójicamente, el déficit de la oferta de transporte público en áreas rurales contrasta con la gran necesidad de movilidad cotidiana que muestra la población residente en estas áreas. En términos generales, las actividades se realizan de forma más deslocalizada que en las grandes ciudades, la mayoría, fuera del municipio de residencia. La más relevante, por su cotidianidad, es el trabajo. Entre la población ocupada de las áreas semidensas y rurales, dos de cada tres personas trabajan en otro municipio de la región metropolitana de Barcelona, y solo el 24,3% trabajan en el municipio donde residen (gráfico 5). Este patrón es significativamente distinto al de la ciudad central, donde la mayoría de la población ocupada (casi ocho de cada diez personas) trabaja en el mismo municipio de residencia.

Gráfico 5. Localización del puesto de trabajo según el ámbito de residencia. Población ocupada de 16 años o más (%). Región metropolitana de Barcelona, 2022.

Oportunidades y riesgos de la contraurbanización
La tendencia al alza de las migraciones urbano-rural constituye una oportunidad para revitalizar una parte de las áreas rurales, especialmente las más cercanas a los núcleos urbanos, que también son seguramente las más bien conectadas por la red ferroviaria o las vías rápidas. Ahora bien, de momento no son, ni mucho menos, una solución al despoblamiento rural. Es más, estas migraciones urbano-rural conllevan también una serie de riesgos que cabe destacar.

En primer lugar, se vuelve necesario conocer mejor el impacto que tienen o pueden tener estas llegadas de población urbana al medio rural, tanto desde el punto de vista de los precios de la vivienda como en relación con posibles conflictos de convivencia o de intereses que puedan aparecer entre la población recién llegada y la local. En segundo lugar, los datos alertan sobre la posible configuración de estas áreas rurales como municipios dormitorio, lo que contribuiría a un modelo de movilidad cotidiana poco sostenible. En este sentido, la descentralización de la actividad económica y cultural, la mejora de la oferta de transporte público y colectivo en áreas rurales, y la ampliación del teletrabajo —siempre que sea posible— son aspectos clave para el acompañamiento de este flujo residencial urbano-rural, especialmente si gana intensidad en los próximos años.


[1] González-Leonardo, M., Rowe, F. y Fresolone-Caparrós, A. “Rural revival? The rise in internal migration to rural areas during the COVID-19 pandemic. Who moved and Where?”. Journal of Rural Studies, 96, 332-342. 2022.

[2] Berry, B. J. L. “Urbanization and Counterurbanization in the United States”. The Annals of the American Academy of Political and Social Science, 451, 13-20. 1980.

[3] Karsten, L. “Counterurbanisation: why settled families move out of the city again”. Journal of Housing and the Built Environment, 35(2), 429-442. 2020.

[4] Nogué, J. “El reencuentro con el lugar: nuevas ruralidades, nuevos paisajes y cambio de paradigma”. Documents d’Anàlisi Geogràfica, 62(3), 489-502. 2016.

[5] Hochstenbach, C. y Musterd, S. “Gentrification and the suburbanization of poverty: changing urban geographies through boom and bust periods”. Urban Geography, 39(1), 26-53. 2018.

[6] Son resultados del estudio “Rural y Urbano: migraciones, entorno residencial y estructuras de oportunidad”, desarrollado por el Instituto Metrópoli e impulsado por el Plan Estratégico Metropolitano de Barcelona (PEMB), la Asociación de Iniciativas Rurales de Cataluña (ARCA) y la Asociación Catalana de Municipios (ACM).

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