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Barcelona cultura

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La ola neerlandesa. Cómo funciona el centro de la Europa escénica

Vie 01/12/2017 | 13:20 H

Por Andreu Gomila

Quizás se han preguntado por qué hay tantos espectáculos belgas y holandeses en los teatros de Barcelona y los principales festivales de Cataluña. Como es que dos Estados tan pequeños exportan tanto? Si damos un vistazo a la temporada actual barcelonesa, verán que han pasado o pasarán la Needcompany, Anne Teresa de Keersmaeker, Thomas Hauert, Fabrice Murgia... Si añadimos el festival Temporada Alta, tenemos a Guy Cassiers, Alain Platel y Josse De Pauw. Y no nos olvidemos de Peeping Tom, Jan Fabre, Sidi Larbi Cherkaoui, Ivo van Hove, Luk Perceval o Wim Vandekeybus, viejos conocidos de nuestros teatros. Nombres concentrados en un radio de 213 km que va de Bruselas a Amsterdam, el eje central del mejor teatro y la mejor danza que se hacen en Europa, no solo ahora, sino desde hace al menos dos décadas. Y estarán conmigo si convenimos que la manera de ver las artes escénicas de toda esta gente no es muy convencional, al menos a nuestros ojos. Van Hove, sin embargo, siempre recuerda, cuando lo tachan de vanguardista en Estados Unidos, que él, en Holanda, es mainstream.

Más tarde, iremos a la forma, pero primero analizamos el por qué. Y nadie mejor para hacerlo que Pere Faura, bailarín y coreógrafo barcelonés, que estudió en Amsterdam y allí puso en marcha su carrera profesional. De entrada, medio en broma, me dice que si fuéramos al teatro cenados, favoreceríamos que hubiera más charlas y conversaciones después de la función. Lo importante, ante todo, asegura, es que lo que deberíamos aprender de los Países Bajos es su relación con la educación teatral o en danza, sobre todo a nivel superior. Dice que llevan muchos años tomándose muy en serio la educación artística, tanto a nivel primario, como secundario o superior, porque saben que aunque no todos los que se gradúen acabarán siendo actores o bailarines, estarán igual de formados que cualquiera de los alumnos graduados en grados equivalentes. Luego, además, afirma que tienen mucho cuidado a la hora de intentar crear puentes entre los alumnos a punto de graduarse y los teatros y festivales de la ciudad, para que cuando terminen los estudios, tengan ya algunas herramientas para llamar a ciertas puertas y acceder a ciertas oportunidades laborales. En mi caso, tuve la suerte de entrar como coreógrafo residente en el Teatro Frascati, que me ayudó a producir mis primeras producciones profesionales. Un apoyo muy importante cuando sales de la universidad, ya que puede ser que tengas el talento para crear piezas, pero aún no tienes experiencia en gestión, administración, distribución, etc.


Si hay tantos artistas belgas y holandeses alrededor del mundo es porque son buenos, hay calidad, y por tanto, tienen público, tienen mercado. Además, muchas de las producciones que vemos en nuestro país tienen apoyo público para girar, lo que hace que sea más fácil programarlas, es decir, más baratas, porque el gobierno belga u holandés paga una parte del coste total . Mientras trabajaba allí, Faura, nos cuenta, pudo actuar en Bolivia o en China gracias a intercambios de este tipo.

Pero, a parte de esto, no todo es facilitar que los espectáculos salgan. Antes, hay otras cosas. Faura dice que hay otros tipos de ayudas, como para buscar casa, una especie de vivienda de alquiler para toda la vida, es decir que la casa no acababa siendo nunca tuya, pero pagas un alquiler social muy bajo, que es para toda la vida. En la época que el coreógrafo vivió en Amsterdam, también podías optar, si demostrabas que con tu arte no ganabas más de un tanto al año, a recibir una renta básica de entre 300 y 500 euros mensuales.

Y ahora vamos a la forma, siempre teniendo en cuenta que entre Anne Teresa de Keersmaeker y Jan Lauwers no hay muchas cosas en común, tal vez sólo la voluntad de transgredir las convenciones de la danza y el teatro, respectivamente. Pero tendremos que ir un poco atrás y situarnos en los años 60 del siglo pasado, cuando el director de De Munt / La Monnaie, la ópera de Bruselas, le pidió a Maurice Béjart crear una nueva compañía en la capital belga. Controvertido, de la Marsella de la época, mestiza y contracultural, su Ballet du XX Siècle llevó a la ciudad el eclecticismo y unas formas nuevas que buscaban romper con la tradición imperante. No hubo marcha atrás. En los 70 y 80, los futuros ídolos belgas apostarían por las escuelas de arte en lugar de los conservatorios de teatro y danza. Lauwers, Cassiers, Fabre y De Pauw empezaron a crear desde los márgenes, en pequeños teatros o en la calle, siempre con piezas que tenían un fuerte impacto visual. El público se los hizo suyos y las instituciones, también. Los artistas, además, supieron aprovechar una estructura bastante descentralizada que favorecía que cada cual encontrara su teatro. Faura es contundente: Es cierto que el tejido profesional goza de más recursos, de más tiempo, de más derechos sindicales, de derechos y deberes más claros para todas las partes. Y cuando las buenas ideas creativas se acompañan de buenos procesos de creación, el resultado acaban siendo buenas piezas de teatro y danza que giran por todo el mundo.

Además, eran todos unos idealistas, en el corazón de Europa. Platel, en una entrevista reciente con Bárbara Raubert, decía: Cuando elegimos el nombre de la compañía, en los años 80, Ballets Contemporains de la Belgique, lo hicimos conscientes de que vivíamos en pleno choque de comunidades y lo que decíamos con esto es que hay que tener aspiraciones superiores alas nacionales, dejar atrás todas las fronteras y vivir juntos en este mundo que tenemos por compartir. Puedo entender el sentimiento de pertenecer a una comunidad específica. Yo pertenezco a la comunidad de la ciudad donde vivo, y entiendo que mi identidad proviene del hecho de haber nacido flamenco, pero que sobre todo soy europeo y, por encima de todo, vivo en este planeta concreto. Sidi Larbi Cherkaoui, a su vez, asegura: El rol del artista es el de hacer buenas preguntas y proponer una aproximación. Con la sencillez de quien lo conoce de primera mano, continúa explicándose: El miedo a la diferencia es sólo la dificultad para comunicarse. El arte permite comunicarnos y hacer cosas juntos. Está claro que sólo es danza, música y teatro, pero pienso que la vida también es eso: actuar de manera correcta para los demás. Ambos han podido hacer esto, decir esto y tener éxito desde Bruselas.

Cassiers, algo menos optimista, me aseguraba hace dos semanas: Europa debería confiar mucho más en los artistas. Por ejemplo, yo soy flamenco y hace muchos años que vengo a Temporada Alta, lo que ha hecho que haya podido dialogar mucho con el público de Girona. Los artistas están construyendo Europa sin perder su identidad. En Bruselas, sin embargo, no les importamos.



Todos los nombres que han leído más arriba hace años que tenemos el privilegio de verlos en nuestros teatros. Salvo el caso de Murgia, hablamos de artistas de cierta edad, de más de 50 años, y tampoco están todos, ya que no podemos olvidar el Ro Theater de Rotterdam (estuvieron en FiraTàrrega 2010) o la compañía Wunderbaum. Y si hablamos de gente nueva, apúntense estos nombres: Drie Verhoeven, FC Bergman, Kris Verdonck, Merlin Spie, Eric Joris, Vincent Dunoyer, Lisi Estaras, Union Suspecte, Chokri Ben Chikha, Ontroerend Goed y Ruud Gielens. Tenemos belgas y holandeses para rato!

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