Las declaraciones oficiales y los medios de comunicación nos los presentan sólo como unas iniciales. Detenidos sin rostro. Sin pasado. Sin futuro. Sin vida. Nos dicen que son culpables y nos lo creemos porque sólo son eso, iniciales.

Pero todo cambia cuando ellos te explican quién son y qué sueñan. Cuando te dicen que les han robado la oportunidad de poder mirar el horizonte. Cuando dibujan su mundo soñado y es un mundo casi tan pequeño como la celda en la que los tienen encerrados. Cuando recuerdan el día en que les detuvieron y te confiesan que la policía les confiscó una carta de amor que no habían dejado nunca que nadie leyera. Cuando te explican todo eto y lo hacen a un palmo de distancia mientras estás escuchando su respiración y te están mirando a los ojos, es cuando los percibes como una persona que está sufriendo una injusticia, una de las grandes, y entonces lo único que quieres es abrazarlos y llorar con ellos.

Esto es el que hace Barcelona (contra la pared): humanizar a aquellos que otros nos han presentado como culpables sin rostro, convertirlos en nuestros vecinos, en los vecinos de una Barcelona que puede ser la más dulce de las ciudades para algunos y la más terrible para otros. Barcelona (contra la pared), la obra de LaPùblica con dramaturgia y dirección de Lali Álvarez que ayer se estrenó en el circuito del Barcelona Districte Cultural desde el escenario del Centre Cívic Vil·la Urània, nos hace compartir momentos de vida (y de muerte) de tres personas que han sido sometidas a la violencia del Estado y nos los presenta como nuestros iguales, alguien con quien estamos compartiendo unas cervezas y una fiesta. Y por eso consigue emocionarnos y por eso consigue que los datos y las estadísticas que también nos ofrece (datos y estadísticas de lo que ha pasado durante los últimos años en nuestra ciudad, igual que los casos que inspiran a los protagonistas del montaje) no sean sólo unas cifras. Consigue que sean, sobre todo, unas personas.