Solo una silla. Y un foco. Y un telón rojo detrás suyo. Y ella vestida de negro. De luto. Con un rosario en la mano. Un rosario que va pasando, igual que ha pasado su vida, igual que nos la está explicando ahora: paso a paso, año a año, desde su nacimiento en un ya lejano 1914 hasta hoy, cuando ya está muerta, cuando está esperando un juicio que la llevé hasta allí donde tenga que ir, hasta el lugar donde van los muertos cuando están muertos.

Y esta mujer, esta mujer centenaria de cabellos grises, vestida de negro ya no está de luto, porque ahora es ella quien está muerta y ya puede recordar a todos aquellos que la acompañaron cuando estaba viva: madre, padre, dos maridos, un hijo...Todos muertos antes de que ella. Y cuando habla de la muerte de tantos seres queridos y perdidos su voz se rompe, se le entristece y le muda el rostro y le caen lágrimas; pero solo un instante porque, poco después, Júlia recuerda un momento de alegría, una vivencia, una anécdota -impagables las de la funeraria donde nació- y vuelve a reír o vuelve a parecer que se ríe.

Esta mujer, Júlia, es una antigua compañera de lMont Plans, un sueño que la acompaña desde hace tiempo porque ya hace mucho de tiempo que quería subirla al escenario. Y Júlia ha tenido suerte porque solo una actriz como Mont Plans puede defenderla desde allí con tan poco donde cogerse: solo la palabra, la emoción y de vez en cuando un poco de música para acompañarla.

Mont Plans es una actriz que nos ha hecho reír muchas veces y que también nos hiz reír, a ratos, durante este Sembla que rigui que se despidió desde el escenario del Casinet d'Hostafrancs del Barcelona Districte Cultural. Pero su función también consiguió emocionarnos, enternecernos, ilusionarnos y, incluso, hacernos llorar. Y solo con la ayuda de una silla, un telón rojo y un traje negro provocar una montaña rusa de emociones como esta es un logro que muy pocas actrices son capaces de conseguir.