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Febrero - Abril 2024

CRÒNICA Mal Martínez, el chaval del Raval que conquistó Horta

25/06/2017
Teatro
El actor triunfa en los Lluïsos con su tapiz de recuerdos

Le daba miedo ir al colegio. Y un profesor mallorquín que quería enseñarle cómo era la vida a golpes de regla. Le daba miedo pisar la calle de la Cera donde cada día, y muchos días más de un vez, un hombre vestido de faralaes le atracaba, eso sí, en catalán. Le daba miedo que las chicas no le hicieran caso, pero también que sí que se lo hicieran y, entonces, ser él quien no pasara la prueba. Tenía miedo de no crecer nunca o, quizás, de crecer demasiado rápido y dejar atrás demasiadas cosas...

Recuerda Marc Martínez que todo le daba miedo cuando era un chaval y pisaba las calles de un Raval cuando todavía se llamaba Chino. Pero poco parece quedar de aquel niño miedoso ahora, cuando sube al escenario convertido en su alter ego, en Mal Martínez; porque uno tiene que ser muy valiente para reírse de un mismo, de quién fue y, quizás, incluso de quién será; y para enfrentarse no sólo a los miedos sino también a las hostias que la vida le ha dado con ironía desacomplejada y toneladas de humor. Y eso es el que hace Marc-Mal Martínez en el espectáculo que ha presentado en los Lluïsos d'Horta, en el marco del Barcelona Districte Cultural (vuelve a estar programado en la edición de otoño), un monólogo repleto de música en el que todos nos podemos ver reflejados –ya seamos del Raval, del Paral·lel o de Ganduxer- porque todos, en un momento o en otro, hemos tenido que crecer, que abandonar el séptimo cielo de la niñez, que decirle adiós a Peter Pan...

Batería, teclados y guitarra; un par de taburetes; y unas cuantas botellas de Mirinda escondidas por los rincones del escenario, porque la infancia y la adolescencia se construyen a partir de recuerdos pero también de sabores y, sobre todo, de melodías: de Los Pecos a Raphael, a Richard Claydeman, a Radio Futura, a Lluís Llach a Lobo Hombre en París... Y Marc Martínez se pasea en pantalones cortos y una camiseta de cuando todavía era heavy: no necesita nada más para ir construyendo una historia hecha de retazos que él sabe coser para reconstruir una época, no tan lejana, en la que los teléfonos eran de góndola, en los salones de todas las casas había una enciclopedia de fascículos inacabada, los grises todavía daban golpes en la Rambla y Franco acababa de morirse. Y mientras nos explica aquellos años y nos habla de su padre -que quiso emigrar a Australia- y de la su madre -que tenía una peluquería-, Marc Martínez va tejiendo una tela de araña que consigue atrapar al espectador, haya o no vivido aquella época, con su hilo de recuerdos. Son casi dos horas las que pasa sobre el escenario, dos horas hablando y cantando... Sin respiro, sin tregua, sin contemplaciones... pero con mucha ternura y, sobre todo, con mucho humor.

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