"No queremos música de Satanás. En su lugar habrá versos coránicos. Es lo que impone la sharia”, anunció el 22 de agosto de 2012 Osama Ould Abdel Kader, portavoz del Movimiento por la Unidad y Yihad en África del oeste. Y, a partir de aquel día, la música en Malí se convirtió en haram, en pecado.

En 2012, un grupo de islamistas próximo a Al Qaeda impuso su fuerza en la zona norte de Malí, cerca del río Níger, después de que el pueblo tuareg declarara la independencia. Y, desde el poder, los islamistas emitieron una sharia extremamente dura que castigaba con amputaciones, flagelaciones y ejecuciones acciones como la venta de un paquete de cigarrillos, que una mujer paseara sin ir cubierta o, también, que alguien escuchara o interpretara música: no podía sonar en las emisoras de radio ni en as fiestas. Incluso llegaron a requisar teléfonos móviles y cambiaron el tono de llamada: las melodías desaparecieron y fueron sustituidas por versículos del Corán.

Aquel 22 de agosto empezó el sufrimiento de Fatoumata Diawara, una de las músicas más conocidas de Malí, que protagoniza Malí Blues junto con el griot (narrador de historias de la tradición oral que interpreta con un ngoni —instrumento que dicen que es el precursor del banjo— y que estuvo nominado a un Grammy) Bassekou Kouyaté, el rapero Master Soumy y el guitarrista Ahmed Ag Kaedi. Aquella fecha marcó el punto de partida para cerca de 80.000 personas que tuvieron que emprender el camino del exilio interior, muchas de ellas hacia la capital Bamako (como hizo Bassekou Kouyaté); otros, en cambio, como Fatoumata, marcharon al extranjero. Sus historias, sus vivencias, su música y su sufrimiento vertebran este documental que también se muestra fascinado por los paisajes y las gentes de este país africano.

La situación de los músicos de Malí ya fue abordada en otro documental, They Will Have to Kill us First, de Johanna Schwartz, que proyectamos durante el tercer circuito del Barcelona Districte Cultural.

FICHA

Director: Lutz Gregor. País: Alemania. Año: 2016.